Había pasado el tiempo suficiente para recuperarme de mi recaída y el delicado estado de salud en el que me encontraba. Las enfermeras iban y venían, inyectándome, tocando mi frente, haciendo preguntas molestas y anotando en una pequeña libreta. Muy pocas veces vi al doctor, siempre entraba en la habitación, levantaba un brazo para saludarme y se encerraba en otra habitación para hablar con mi madre. Supongo que discutían cosas acerca de mi enfermedad.
Después de pasar varios días en esta lúgubre habitación, recibo otro ramo de flores. Reviso el arreglo de flores con mucha emoción, imaginando que el nombre de Zack iba a estar escrito en la pequeña nota pero mis esperanzas son destrozadas al leer la nota: ¡Mejórate pronto! De: Julia, Anneliese y tus compañeros del reformatorio. Me pregunto quién está incluido en "compañeros" porque desde que llegue aquí he discutido con casi todo el personal y las otras chicas. Ni siquiera tengo una buena relación con mi compañera de cuarto.
Camino de un lado a otro y siento un poco de ansiedad. Siento que han pasado décadas desde la última vez que supe algo de Zack. Quiero saber dónde esta, que paso con él, porque tomaron esa decisión tan repentina. Tengo tantas preguntas apiladas en mi cabeza y me desespera el hecho de no conseguir la respuesta a ninguna de ellas. Siempre intento preguntarle a mi madre que está sucediendo pero ella no parece saber nada del drama que se vive en este lugar; mucho menos de que su hija ha introducido su lengua repetidas veces en la boca de este susodicho llamado Zack. La mayoría del tiempo intento ocultarle la verdad y me limito a decirle que es un amigo muy cercano y un gran apoyo en mi recuperación. Ella parece entenderlo y no tiene intenciones de escudriñar y descubrir la verdad. Quizás su cabeza está pensando en asuntos más importantes, mientras que la mía solo puede pensar en el las 24 horas del día.
—Jennifer —dice mi madre, entrando por la puerta con un nuevo vestido—. ¿Sabes qué día es hoy?
—¿Día de aplicarme más inyecciones? —refunfuño.
—No pequeña gruñona —se acerca a la camilla y arregla la cobija—. Hoy te dan de alta.
—¿Qué diferencia hay de estar aquí en el hospital o en la habitación del reformatorio? —pongo los ojos en blanco.
—El ambiente —sonríe como si no tuviese nada mejor que añadir. Así es mi madre, siempre buscando el lado positivo en las cosas.
Mi madre me ayuda a levantarme de la camilla. Me estabilizo con un pie y luego pongo el otro. Acto seguido, me quito la horrible bata, quedando al desnudo. Ella me indica que tome la ropa de una bolsa negra que está en una silla. Tomo la bolsa y saco la ropa: unos pantalones blancos ceñidos, una blusa blanca de tiritos y un pequeño chaleco de croché rosa. No hace falta ser un experto para descubrir que mi mamá ha comprado esta ropa; desde aquí podría irme inmediatamente a un convento.
Me visto la ropa con un poco de torpeza, aún sintiendo un poco de dolor en mis brazos y mi madre me ayuda, justo como cuando era más pequeña que necesitaba ayuda para colocarme los vestidos pomposos que siempre me obligaba a usar.
—¿No vas a peinarte? —pregunta, mirándome ir hacía la puerta—. Además, no puedes andar descalza.
Resoplo y camino hacía al baño. Tomo un peine y lo paso por mi cabello, pero este queda enredado. Me observo en el espejo; mi cabello parece un nido de ratas, mi rostro está algo hinchado y mi piel tiene un tono amarillento, como si hubiera tragado la mitad de la arena en la playa.
—¡Mamá! —grito con las pocas fuerzas que tengo.
—¿Qué pasa hija? —entra al baño.
—Mi cabello es un desastre —miro al peine todavía enredado en mi cabello.
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Recuérdame
Любовные романыDespués de ser diagnosticada con Lupus y tomar malas decisiones, Jennifer es enviada al mejor reformatorio y centro de rehabilitación de la ciudad de Londres. Su rebeldía y actitud pedante hacen que su estadía sea un infierno hasta que conoce a Zack...