IV. Ciudad de Arena

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A pesar de haberse levantado tan tarde, para las cinco y media ya estaba en el parque. Se sentía demasiado nerviosa esperando en casa, y decidió salir antes de tiempo. Aunque, ahora que lo pensaba, no tenía ni idea de dónde estaba la ciudad ni cuánto se tardaba en ir, ni si la invitación implicaría más de un día... No se había preparado nada.

Antes de poder seguir maldiciendo mentalmente, vio que Neil aparecía de entre los árboles.

—¡Evie! Me alegra ver que ya estás aquí —dijo emocionado—. Ven, cuanto antes lleguemos, mejor.

Obedeciendo, fue hasta llegar a la altura del chico, que no había dejado de sonreír ni un segundo desde que lo vio aparecer. Resultaba realmente cautivador.

—¿Cómo llegaremos? No hay nada en cientos de kilómetros y no veo ningún coche —dijo Evie mirando hacia la explanada que se escondía tras los árboles.

—Está muy cerca, solo que desde fuera no se ve. Y cualquiera que no sea como nosotros pasaría de largo viendo el mismo paisaje una y otra vez. Y no se daría cuenta —dijo riendo con aire burlón.

Evie siguió a Neil a través de la explanada donde había asegurado que estaba la ciudad, aunque después de andar unos metros empezaba a pensar que le estaba tomando el pelo.

Fue en ese momento cuando la vio. Era tan solo un leve espejismo, pero podía ver lo que parecían estructuras de edificios.

Una vez estuvieron de frente a la borrosa imagen, que según le explicó Neil eran las barreras que la mantenían protegida y escondida, Evie no pudo esperar más y echó a correr, notando una oleada de calor al atravesarla.

Una vez dentro, paró en seco.

—Vaya... Me esperaba algo más... —calló Evie decepcionada.

—¿Qué esperabas? ¿Casas flotantes y dragones en el cielo? —rió Neil.

Evie hizo un mohín, pero no dijo nada. La ciudad que se abría ante ella era una ciudad normal y corriente a excepción del suelo, o, mejor dicho, arena. No había calzadas ni carreteras; solamente arena. Pero los edificios y casas que veía eran muy similares a las de su ciudad. La mayoría tenían un tono marrón claro, dando la sensación de que estaban hechos del mismo material que el suelo.

—Venga, quítate los zapatos —le pidió Neil sacándola de sus pensamientos.

Había visto a Gael sin zapatos, pero pensó que se debía a la pelea. Aunque, ahora que miraba a Neil, él tampoco llevaba nada.

Decidió hacer caso, y tras poner el primer pie en la arena quiso entender por qué iban así.

—Es como si la arena me diese fuerzas. Me siento con más energías —dijo Evie atónita.

Todo el cansancio que había sentido hasta ahora había desaparecido de golpe.

—La arena de nuestra ciudad es especial; absorbe la energía del Sol y nos ayuda a recargar pilas —le explicó Neil—. Además, en caso de ataque los seres oscuros se desintegran al contacto. O al menos la mayoría —añadió en voz baja. Evie tuvo un mal presentimiento; no quería saber a qué se había referido.

—Bueno, vamos a presentarte a los demás —Neil recuperó la sonrisa, lo que hizo que Evie se calmase.

—¿Sois muchos? —preguntó ella.

—Los Guardianes somos la clase que más escasea, y eso que últimamente se nos han unido algunos solares de familias menos poderosas. Pero dejémoslo en que somos suficientes para protegernos del Bosque Sombrío.

Los ojos del Sol (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora