Los Guardianes llevaban más minutos de los que disponían intentando destruir aquél árbol mientras Alexander curaba su hueso roto; habían intentado prenderle fuego usando una de las antorchas del pasillo ya que Evie no conseguía volver a usar su poder, pero era imposible. No ardía. Y por mucho que intentaran cortarlo, solo le hacían rasguños. Habían destruido todas las ramas y raíces superficiales, pero el tronco se mantenía intacto. Así que decidieron que lo mejor era dejarlo y salir de allí.
—Dadle un poco del agua que nos quede para que se recupere más rápido y vámonos. ¡Ya! —ordenó Pablo, habiéndose referido en primer lugar a Gael.
El chico no acababa de despertar de ese sueño al que lo habían inducido a pesar del esfuerzo de los Sanadores, y cargar con él durante todo el camino era inviable. Tenían que conseguir al menos que fuese lo suficientemente consciente como para caminar.
Evie lo contemplaba desde el suelo a un par de metros de distancia, sin atreverse a acercarse a él. Sabía que había vuelto y que estaba allí, con ellos. Pero su herido corazón tenía miedo de volver a fragmentarse en un millón de pedazos; le daba miedo volver a perderlo. No se atrevería a tocarlo hasta que no estuvieran a salvo.
Durante aquél tiempo en el que lo daban por muerto todos la «animaban» diciéndole que el tiempo lo cura todo y que mucha gente pasa por lo mismo; que duele hasta decir basta, pero se supera. Y había empezado a creer que era verdad. Pero, ¿perderlo dos veces? Sentía que moriría, literalmente, de tristeza. No podría con una segunda vez.
Tenían que salir de allí, ya.
Entonces se percató de algo que se movía al otro lado de la sala; Lairon. Se había olvidado por completo de él.
Pablo siguió su mirada y pareció sorprenderse también. A pesar de ser uno de los culpables de aquella historia, nadie había reparado en él durante la lucha.
—¿Qué hacemos con él? —preguntó el chico.
—No podemos dejarlo aquí —dijo Lía.
—¿Qué? ¿Acabas de descubrir que nos ha traicionado a todos, especialmente a tu hermano, y aun así quieres ayudarle? —preguntó Emma, enfadada.
—No —respondió ella tajante—. Pero lo necesitamos para volver tanto como a la cosa esa —dijo señalando a Eról, que estaba amordazado y atado de pies y manos en el suelo— y una vez que lleguemos, quiero que se le juzgue como es debido. Quiero que sea castigado —concluyó duramente.
Todos asintieron, conformes, y Pablo le hizo un gesto con la cabeza a Iván para que le ayudara con él. Lairon por su parte no intentó ni dijo nada cuando lo cogieron y lo ataron con las manos sobre su estómago. Mantenía la cabeza gacha y se le veía hundido.
David le dio un cachete a Gael en la mejilla para que terminara de espabilarse; aún no abría los ojos ni parecía poder hablar, pero al menos era ligeramente consciente de su cuerpo y no suponía un peso muerto para los chicos. Cualquier ayuda era mejor que nada.
—Ahora nos vas a decir cómo coño se sale de aquí, y si intentas algo o no nos llevas a la salida te juro que pase lo que pase serás el primero en morir. Y me aseguraré de clavarte la daga en ese asqueroso ojo —amenazó Pablo a Eról mientras le desataba los pies y lo ayudaba a levantarse.
El demonio puso mala cara, resignado. No tenía elección.
—Seguidme.
Salieron de aquella sala intentando caminar lo más juntos posible. Eról iba en primer lugar, atado y guiándolos como si fuera un perro –solo que en cualquier momento podía convertirse en lobo y morderles–.
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Los ojos del Sol (libro 1)
Teen FictionEvie sabe que tiene que ignorar los insultos que provocan sus extraños ojos blancos. Sabe en quién confiar y quienes la quieren de verdad. Cree saber cómo llevar su vida, pero, tras años luchando consigo misma intentando convencerse de que no es dis...