VII. Gael

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—¿Por qué os ponéis gafas de sol? Es casi de noche —dijo Evie.

—Una persona de ojos blancos ya de por sí llama la atención; no querrás que vean a tres, ¿no? —respondió Neil riendo.

—Dos y medio —puntualizó Mikael sonriéndole al otro chico.

Evie asintió. No había caído en eso. Después de pasar una tarde entera rodeada de gente como ella, había olvidado que allí eran de nuevo raros.

—Evie, cuando estemos donde tu casa avísame para que te haga la comprobación —le recordó Mikael, serio.

Realmente la trataba diferente. Con Neil era un encanto, pero con ella...

Una vez llegaron al portal de Evie, Mikael procedió a comprobar que se encontraba bien. Lo que ella no sabía era que la susodicha comprobación consistía en lo mismo que ya habían usado Neil y Gael en ella; rozar con los labios sus manos para que la energía se activase y fluyera.

A pesar de ser el mismo procedimiento, Evie notó una gran diferencia; la corriente de calidez que la atravesó era inmensamente más fuerte que la de los otros dos chicos.

—Se te va a desencajar la mandíbula —le dijo Neil, rompiendo a reír.

«Buen trabajo Evie, sigue dejándote en ridículo a ti misma.»

Bajó la cabeza, roja como un tomate, y rezó para que Mikael pasara sin burlarse de ella, aunque no tenía pinta; estaba realmente concentrado. Dudaba que hubiera escuchado siquiera a Neil.

—Ya está —dijo Mikael de pronto—. He podido curarte todos los daños que tenías a causa de la pelea, así que no tienes nada de qué preocuparte. No necesitarás una sesión.

Evie tragó saliva.

«Sea lo que sea, me alegro de no necesitarlo.»

Lo último que quería era quedarse más tiempo en manos de aquél chico.

—Gracias —dijo Evie.

—Es realmente increíble, ¿no crees? Siempre que me hieren sé que puedo contar con él, sea lo que sea —dijo Neil sonriendo tímidamente.

El aludido le respondió con una sonrisa resplandeciente.

—Bueno... Voy a subirme ya. Quiero descansar —dijo ella, sacándolos del intercambio de sonrisas.

—Sube y descansa, sí —le dijo Neil.

El chico dio un paso hacia adelante y abrazó de improvisto a Evie, haciendo que se pusiera roja como un tomate y no supiera muy bien cómo reaccionar. Finalmente puso sus manos sobre su espalda, esperando que no notara el leve temblor que las sacudía. Su corazón latía a mil por hora.

Cuando Neil se separó de ella, le guiñó nuevamente un ojo y empezó a andar de vuelta a su ciudad. Mikael, en cambio, se quedó clavado en el sitio mirando a Evie como si tuviera dos cabezas, por lo que decidió alejarse de él cuanto antes; se despidió con la mano y entró al portal a la carrera.

«Definitivamente no le gusto un pelo.»

Al entrar en casa vio que sus padres no habían llegado aún, así que les dejó la cena preparada y se fue directa a dormir.

Al entrar en casa vio que sus padres no habían llegado aún, así que les dejó la cena preparada y se fue directa a dormir

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Los ojos del Sol (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora