XIII. Bosque Sombrío

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Al día siguiente, como estaba previsto, Evie hizo su entrenamiento inicial en la Casa del Este. Pero, hacia medio día, Alexander dio el aviso y todos se dirigieron hacia la Casa del Norte.

No sabía qué iba a encontrarse ni qué iba a pasar, pero tenía ganas de descubrirlo. Y a la vez no. Era un quiero pero no quiero en toda regla. Además, aquello le ayudaría a distraerse de lo que había ocurrido con Neil.

Su parte curiosa quería ver cómo eran tanto el Bosque como la Casa del Norte, pero había algo en ella que le pedía que diese media vuelta y no se acercase. Saber que la criatura que había acabado con sus padres biológicos había salido de aquél lugar le hacía estremecerse. No pensaba demasiado a menudo en ello e intentaba no darle muchas vueltas; quería a sus padres adoptivos y ya está. Pero en el fondo de su corazón, aunque nunca lo admitiría, albergaba dudas sobre si realmente había sido tan feliz como podría haberlo sido de no haber muerto sus padres.

Si no los hubieran masacrado junto a tantos otros, ella habría nacido allí. Con Neil. Con Gael. Con Lía. Con gente como ella.

Probablemente nunca habría sabido lo que era el miedo y el rechazo por ser diferente. No habría pasado toda su infancia odiando a la chica que se reflejaba en el espejo; aquella odiosa niña de ojos raros que tanto asco y tantas burlas producían en el resto de niños.

Evie sacudió la cabeza intentando apartar aquellos pensamientos que surgían desde lo más oscuro de su ser.

Al fin y al cabo, y, a pesar de todo, había algo en su vida que hacía que todo el sufrimiento hubiera merecido la pena: sus padres y Merian.

—La Tierra llamando a Evie, responda —dijo Alexander bromeando frente a ella.

Se dio cuenta de que debían llevar un rato parados, y se sonrojó al ser consciente de que todos la estaban mirando.

—Perdón —dijo avergonzada.

—No pasa nada —rio Emma—. Mira Evie, esta es la Casa del Norte.

Siguió la dirección en la que le señalaba, y cuando la vio, su boca se abrió tanto que pensó que no volvería a cerrarse nunca.

Ante ella se alzaba un enorme edificio hecho enteramente de alguna especie de cristal opaco de color blanco. La luz traspasaba la estructura, haciendo que pareciese brillar, pero no dejaba ver su interior. Era sencillamente precioso.

—Es cuarzo blanco —explicó David orgulloso—. Esta piedra tiene dos propiedades que vienen como anillo al dedo para lo que nosotros necesitamos: ayudan a alejar energías negativas y propician la curación. Increíblemente práctico además de bonito, ¿no crees?

Evie asintió, aún con la boca abierta, pero finalmente tuvo que apartar la mirada. La luz que reflejaba la Casa del Norte era tan fuerte que hacía daño a la vista; era casi como mirar directamente al sol.

—Venga, entremos. Estarás deseando ver cómo es el Bosque Sombrío. La mejor manera de verlo es desde el tejado. Eso sí, prepárate. No es agradable la primera vez.

—Ni nunca —añadió Emma.

Todos pretendieron no haber escuchado el comentario cargado de rabia de la chica, por lo que Evie decidió no preguntar al respecto. Conocía a Emma lo suficiente para saber que era mejor no hacerla enfadar.

Una vez dentro, Emma les hizo un gesto para que fueran sin ella y desapareció tras una de las muchas puertas del lugar. Evie y los demás subieron por una gran escalera de caracol –también hecha de cuarzo blanco, al igual que todo el interior– hasta el tejado. Una vez salieron al exterior, Evie admiró las vistas. Podía ver toda la Ciudad de Arena y Olira a lo lejos. Desde allí su ciudad parecía tan pequeña...

—Evie, antes de que te des la vuelta —empezó a decir Alexander mientras la sostenía por los hombros, evitando que mirase hacia atrás— quiero que recuerdes lo que te hemos enseñado sobre cómo mantener el control de tus emociones. No va a ser nada agradable, pero tienes que ser fuerte. Esto es parte del entrenamiento.

Sintió que se le hacía un nudo en el estómago, consciente de que iba a ser peor de lo que había imaginado. Aun sabiendo lo horrible que era el lugar, había tenido la esperanza de que resultase ser un sitio bonito o incluso mágico. Ahora entendía que no iba a ser así.

Las manos de Alexander soltaron sus hombros, y poco a poco se dio la vuelta intentando mantener la concentración, tal como le había pedido.

Pero, a quién quería engañar; llevaba demasiado poco tiempo entrenando como para saber afrontar aquello.

Quiso darse la vuelta, quiso cerrar los ojos y quiso gritar, pero su cuerpo no le respondió. Se había quedado clavada en el suelo contemplando aquella escena tan horrenda.

Le llamaban bosque, pero de árboles y tonos verdes no tenía absolutamente nada. Ante ella se habría una enorme explanada de colores grises y negros llena de grietas en el suelo desde las que –suponía– le llegaba aquél olor a podredumbre. Había restos de troncos partidos y muertos por todas partes, junto con viejas plantas también de color negro que parecían haber pasado por mil incendios. Y, en el centro, un pantano del mismo marrón oscuro que los ojos del demonio Antiguo que había acabado con la vida de sus padres y casi había conseguido matarla a ella también.

Pero eso no era nada.

No era nada comparado con los gritos que oía en su cabeza. Gritos de dolor y agonía procedentes de aquél sitio. No entendía qué decían, pero parecían pedir ayuda desesperadamente. Y, aunque sabía que no eran reales, que fuera de su cabeza no se escuchaba nada que no fuera el viento, la sensación de angustia y ahogo eran abrumadoras. Evie no era creyente, pero en ese momento pensó que, si el infierno existía, debía ser como aquél lugar. Oscuro y lleno de putrefacción, rodeado de los gritos de las almas que sufrirían un eterno castigo.

Las piernas le amenazaban con fallarle, pero por mucho que quisiera apartar la mirada no podía. Notaba las lágrimas rodando por su mejilla, pero era como si aquél lugar la llamase; parecía tener un efecto imán sobre ella. Le tentaba acercarse a la par que le horrorizaba su simple visión.

Justo cuando creyó que iba a desplomarse, dos brazos aparecieron de la nada, sujetándola y levantándola en brazos mientras comenzaba a andar de vuelta hacia las escaleras. Perdió el contacto visual con el Bosque Sombrío y acto seguido recuperó el control sobre sí misma.

—Me da igual que sea parte del aprendizaje, la habéis dejado mirar demasiado tiempo. Sabéis tan bien como yo que sin el entrenamiento necesario esa visión puede volver loco a cualquiera. No se os ocurra volver a acercaros a ella —dijo la persona que la sostenía entre sus brazos, tajante.

Evie se sentía mareada y había perdido todas sus fuerzas; se había quedado fuera de combate. Aun así, levantó la cabeza para ver a su salvador.

—Gael... Gracias —dijo ella mientras agarraba la camisa del chico como si fuera a desaparecer. De no ser por lo mal que se encontraba, su corazón habría empezado a latir a mil por hora.

Había pasado miedo de verdad, y el hecho de que hubiera tenido que venir alguien de fuera para sacarla de aquella tortura solo empeoraba las cosas. Confiaba en Alexander y David, pero la habían dejado a su merced ante aquella horrible escena. Sabían perfectamente lo mal que se pasaba, sobre todo la primera vez, y aun así no habían sido capaces de apartarla antes. No sabía cuánto tiempo había estado contemplando el Bosque Oscuro, pero sospechaba que más de lo que debería. Se sentía decepcionada y traicionada.

—Emma me había avisado de que hoy vendrías aquí por primera vez, y he decidido pasarme para ver qué tal te iba... No entiendo cómo han sido tan irresponsables.

—¿Conoces a Emma? ¿Y desde cuándo sabías que estaba entrenándome? —preguntó Evie, sintiéndose estúpida por el cuidado que había puesto en que nadie la viera, evitando que pudieran reconocerla precisamente para que no se enterasen ni él ni el resto.

—Es mi mejor amiga —dijo levantando los hombros, como si fuera algo sin importancia.

Los ojos del Sol (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora