XXV. Traición

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«Os estábamos esperando» era lo que había dicho aquél demonio, y era lo que se repetía una y otra vez en la mente de Evie. ¿Qué estaba pasando? ¿Cómo podía ser posible que supieran por dónde iban a entrar y cuándo? No llevaban allí más que un par de horas y su plan ya se había arruinado.

«Esto no puede estar pasando.»

Bien, si sois tan amables, seguidnos, por favor. Aunque tampoco es que tengáis otra opción —dijo el demonio echándose a reír con aquella voz tan ronca y chirriante. Sus otros dos acompañantes rieron a su vez.

Pablo asintió con la cabeza mirando al grupo, por lo que guardaron las armas y se pusieron en marcha.

Tras una caminata de un par de horas, llegaron a una especie de lago de aguas marrones de las que emergían de vez en cuando pequeñas pompas que liberaban aquél vapor del que salía gran parte de aquél olor tan repugnante

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Tras una caminata de un par de horas, llegaron a una especie de lago de aguas marrones de las que emergían de vez en cuando pequeñas pompas que liberaban aquél vapor del que salía gran parte de aquél olor tan repugnante. Cuando los tres demonios comenzaron a meterse en él, riendo, todos pararon en seco sin entender bien qué hacer. ¿En serio iban a hacerles meterse en el lago? ¿Iba a ser esa su muerte? ¿Ser obligados a permanecer bajo aquellas aguas hasta ahogarse?

Vaya, vaya. Tan valientes viniendo hasta aquí, y ahora ¿os acobardáis por un poco de agua? —dijo burlón el demonio más pequeño de los tres—. Venga, adentro. Ya —ordenó.

Poco a poco fueron entrando en el pestilente lago. Evie escuchó que Emma sollozaba en bajito, seguramente intentando que los demonios no se percatasen de ello. Eso le animó a buscar los hilos de vida de los tres demonios, y, justo antes de romperlos, Mikael tiró fuertemente de su brazo.

—«No lo hagas. Tenemos que esperar hasta ver qué quieren de nosotros. Puede que sepan dónde está Gael. No te precipites, Evie. No tendremos dos oportunidades» —le pidió el chico a través del transmisor. Evie asintió y retiró con cuidado su energía del cuerpo de los demonios.

Coged aire y a dentro. Si intentáis cualquier cosa, estáis todos muertos —dijo tranquilamente el demonio de escamas gris verdosas.

De alguna manera, Evie se tranquilizó. Si les habían pedido coger aire, no tenía ningún sentido que su intención después fuese matarlos. O, al menos, allí no. Todavía no. Aunque tampoco entendía qué iba a pasar una vez se hubieran sumergido. Y por la cara de sus compañeros, ellos tampoco sabían más.

Cogió aire y sin pensarlo mucho, se zambulló en aquellas repugnantes aguas.

Al cabo de un par de segundos, notó que algo se enroscaba en sus tobillos y tiraba de ella hacia abajo; intentó resistirse y sin poderlo evitar, gritó hasta quedarse sin aire. Poco a poco fue hundiéndose hasta que notó que perdía la visión por la falta de oxígeno. Cuando creía que era el fin, atravesó un líquido espeso –que extrañamente le recordó a la gelatina– y cayó de bruces contra un frío suelo de piedra. Cogió aire desesperadamente al notar que ya no había agua a su alrededor –aunque demasiado rápido, lo que provocó que le diera un ataque de tos–.

Los ojos del Sol (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora