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Llegaron a Key West con tiempo suficiente para que Star se bañara y se mudara de ropa. Envió el vestido de seda a la tintorería con instrucciones de que lo entregaran a Marco tan pronto como estuviera listo.
Cuando empezó a trabajar, se encontró a su amiga Janna y de inmediato le pidió un favor.

— ¿Te importaría que cambiáramos de nivel? —indagó—. El hombre del 1121 ya me invitó un par de veces a que saliéramos a cenar y me siento un poco incómoda... —su voz se desvaneció, titubeante.

—Seguro, no hay problema —sonrió Janna—. Yo también me sentina mal si limpiara la habitación de alguien que conozco. Avísame cuando quieras que cambiemos de nuevo.

Star dejó de preocuparse por volver a hablar con Marco y terminó su trabajo en un santiamén.
Estaba a punto de quitarse el uniforme, cuando la señora Connor, la jefa del servicio de limpieza del hotel, metió la cabeza en el cuarto de los casilleros.

—Star, por favor lleva estas toallas al cuarto 1121. El huésped dice que necesita más. Tú lo atiendes, ¿verdad?

Star asintió porque no quería que su jefa se enterara de que ella y Janna habían cambiado de nivel sin su consentimiento. Tomó las toallas y se dirigió al ascensor del servicio.
Llamó a la puerta y esperó. ¿Por qué Marco la buscaba? ¿Qué quería ahora? La puerta se abrió y él le sonrió. Durante un segundo el corazón de Star se detuvo; luego se aceleró. Lo contempló durante varios instantes, olvidándose de dónde estaba y por qué había ido allí.

—Las toallas... gracias —la metió en el cuarto— ¿Por qué no hiciste la limpieza hoy? —la interrogó.

Star colocó las toallas en el cuarto de baño y se dispuso a salir, pero él le bloqueó el paso. —A Janna le toca este nivel ahora —mintió.

—Siento lo de anoche, Star. Gracias por acompañarme y ayudarme. Creo que conseguiremos el contrato.

—Me alegra mucho por ti, Marco. Por favor, déjame pasar. Me gustaría regresar a mi casa ahora que ya terminé de trabajar. Estoy muy cansada.

— ¿Cenas conmigo?

—No —trató de llegar a la puerta, pero Marco se lo impidió.

—Entonces mañana. No hemos ido al restaurante, solos los dos, para conversar. Dijiste que sí en la playa.

Cierto. Pero no quería volver a verlo. La irritaba la necesidad constante de estar en guardia, de luchar contra la atracción que ese hombre ejercía sobre ella. Había decidido hacía meses que su matrimonio terminara en divorcio, y si él tenía algo que discutir, debió hacerlo durante el largo trayecto de Miami.

—De acuerdo, pero aquí, en la isla —saldría una vez más con él para explicarle que todo había acabado.

—Perfecto, mañana por la noche, a las siete.

El día siguiente, Star se preocupó durante horas por la perspectiva de la cena. Aunque le agradaba ese encuentro, también le inquietaba la posibilidad de haber cometido un error. Quizá debieron discutir el asunto en el cuarto de hotel.
No, no en el cuarto de Marco. Su corazón se agitaba al recordar sus besos.
Star se vistió con esmero especial. Sería la última vez que cenaría con Marco. Pensó en las muchas veladas que habían compartido con sus amigos o clientes del negocio. ¿Alguna noche cenaron de manera informal, sin compromisos? Aun si no iban a una fiesta, comían con cierta elegancia.

¿Caerían en la misma rutina de nuevo? ¿O él se apropiaría del papel de hombre de negocios, listo para efectuar la transacción del divorcio? Nada más había que agregar; entonces, ¿para qué prolongar esa situación?
A las siete en punto llamó a la puerta de su cuarto.
Marco abrió, vestido con un traje inmaculado y una camisa blanca. Por un segundo, Star se arrepintió de haber dejado sus vestidos en Boston y de haberle regresado el que el compró el día anterior.

Ella alzó la barbilla. Se vestía de manera informal porque así convenía a su nuevo estilo de vida Y a nadie intentaba impresionar.

—Supongo que podemos caminar —dijo Marco atravesando el pasillo—. Aquí todo está cerca.

—Caminamos o andamos en bicicleta. Nadie necesita coche —sabía que el novio de Janna, Tom, no estaría de acuerdo con ese comentario: su servicio de autos de alquiler dependía de que los turistas los utilizaran para trasladarse de un sitio a otro. Marco guardó silencio mientras se dirigían al restaurante, mezclándose con otros paseantes. Las calles estaban repletas de turistas que disfrutaban de los placeres de la isla.
Star nunca había estado en ese restaurante, pero reconoció el estilo tan pronto como entró. El maître de Elios, los condujo a una mesa apartada del resto. Los manteles de lino almidonado cubrían las mesas y los cubiertos eran de plata. Un candelabro con velas aromáticas iluminaba el salón. Un lugar caro, pero la comida y el servicio valdrían la pena.
—Muy diferente de Mike's, donde comimos pizza —comentó sonriendo mientras se sentaba.

— ¿Y cuál de los dos prefieres, Star —preguntó, clavándole los ojos, esperando respuesta.

—Este me gusta, Marco, pero adoro el otro. Quizá me consideres una plebeya porque prefiero la comida rápida, las tiendas baratas y las actividades al aire libre. Tal vez sea la novedad. Aquí he encontrado amigos agradables y empiezo a descubrir lo que me gusta.

—Llevas una vida muy distinta de la de Boston.

Star suspiro.
—Exacto, no me gustaria renunciar a esto.

Abrió el menú y lo leyó, tratando de ignorar que la observaba. Sentía que la tocaba con los ojos, tan intensa le parecía esa mirada. Las letras se borraron, confusas. Y sólo existió Marco, sentado ante ella, contemplándola.

El estiró el brazo y le quitó el menú, sin que ella se resistiera.
— ¿Quieres pescado? —indagó.

Ella levantó la vista, a punto de asentir, para permitir que él ordenara por ambos, como acostumbraba, pero se contuvo.
—No, gracias. Ordenaré mi cena cuando venga el camarero —le sostuvo la mirada, recordando la última velada en Boston. En aquel momento se le enfrentó y él la ignoró, negándose a tomarla en serio. Y ella tuvo que abandonarlo para probarle que no bromeaba. 
¿Qué haría Marco esa noche?
—La liberación femenina en todo su apogeo—opinó él, concentrándose en el menú.

Star ordeno ternera para cenar y Marco prefirió el pescado. Escogieron vino blanco y esperaron a que lo sirvieran.

— ¿De qué quieres hablar, Marco? —inquirió cuando el silencio se prolongó demasiado.

—De ti y de mí. No quiero que nos divorciemos, Star. Deseo que regreses a Boston. O podemos viajar en un crucero, si lo prefieres. Dime qué se te antoja, pero tratemos de resolver nuestros problemas.

—No quiero resolver nada. Me encanta lo que hago ahora —repuso sin alterarse.

— ¿No me extrañas un poquito?

Levantó los ojos al oír ese tono de voz. El miraba su copa de vino. Mantenía el rostro impasible. ¿Acaso le importaba lo que ella respondiera?
Era tan guapo, que por un segundo el corazón de Star casi se detuvo. Su rostro, más delgado en ese momento, conservaba su gesto de autoridad y seguridad. No en vano destacaba en el negocio de la construcción por su audacia.
Por un instante, Star creyó detectar dolor en la voz de su marido. Luego suspiró y movió la cabeza.

—Marco, tú y yo estábamos casados, pero no formábamos una pareja. El matrimonio consiste en compartir nuestras vidas. Habitábamos en la misma casa y compartíamos las comidas; aunque no vivíamos juntos. Tú dirigías todo, organizando cada una de nuestras actividades para que Construcciones Diaz progresara. Sin embargo, no compartías tu vida conmigo, ni te importaba la mía. Así que hay muy poco que pueda extrañar.

— ¿Y qué buscas en tu vida, Star? ¿Un hombre que no tenga un centavo, que te dedique cada minuto de su existencia? Te aburrirá, y muy rápido.

Ella pensó en Tom y Janna. Ambos no tenían mucho dinero, pero se amaban y se divertían juntos. Les gustaba su vida y no deseaban que fuera diferente.

—No deseo tener problemas económicos y, si no exijo demasiado, no los tendré. Me las arreglo para vivir con mi modesto salario, porque hay algo más en la vida que comprar cosas o hacer viajes lujosos. Te divertiste en la merienda de la playa, ¿no? —él asintió—Pues no costo mucho.

Vuelve a Mi||Starco||TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora