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Star dejó que sus emociones la invadieran, pero las dominó. Permaneció inmóvil, sin descubrir lo que sentía, aunque le costaba un enorme esfuerzo contenerse. Ansiaba devolverle el beso, pegarse contra su cuerpo, consumirse en el calor que engendraban sus caricias.

Marco se apartó, apoyando la frente en la de ella, observándola con sus pupilas oscuras y misteriosas, Star le sostuvo la mirada con valentía, con el rostro carente de expresión.
—Nos vemos—de pronto Marco se volvió y salió. Tan pronto como la puerta se cerró, 

Star se apoyó contra la pared. Lo más difícil que había hecho en la vida había sido no devolverle ese beso.
No vio a Marco en los siguientes dos días, pero nunca estaba lejos de sus pensamientos. Lo buscaba al ir a trabajar o al nadar en la playa, pero no lo encontró. No le preguntó a Janna por él, por miedo a que empezaran las especulaciones; sin embargo, escuchaba las conversaciones de las empleadas para oír cualquier mención acerca de Marco.

Jackie dio la primera clave de por qué Star no se había topado con él cuando Janna y ella la acompañaron a comer, tres días después del partido de voleibol. Ordenaron hamburguesas y refrescos y se sentaron en una de las mesas del exterior. Una sombrilla colorida las protegía de los rayos del sol.

Star usaba anteojos para ocultar sus ojeras. No quería que sus amigas la interrogaran, preocupadas.
—No creo que veamos más a Marco —comentó Jackie, vertiendo una generosa porción de salsa de tomate sobre sus papas fritas.

— ¿Por qué motivo? —indagó Janna, quitándole la cebolla a su hamburguesa.

—Nos enfrentamos a una dura competencia —bromeó Jackie, con gesto de conspiradora. Le encantaban los chismes.

— ¿Qué quieres decir? —inquirió Star de manera informal, bebiendo su refresco.

—Quiero decir que una mujer soltera persigue a Marco. Vino con su padre de Nueva York, pero el anciano se dedica a la pesca, así que la señorita Mishell O'Connor anda suelta. O andaba, hasta que le lanzó el anzuelo a Marco.

—Marco se puede cuidar por sí solo. Y no morderá el anzuelo si no quiere —murmuró Star.

—Cierto; pero, ¿quién dice que no quiere? La llevó a cenar anoche y ella se puso un vestido elegantísimo. Fueron a uno de los restaurantes del hotel, ¡yo los vi! El se esmeraba por atenderla.

Star no replicó; se sintió enferma. Alzó su hamburguesa preguntándose si lograría comérsela. La mordió, masticó despacio y se tragó el pedazo de carne a fuerzas. Después sorbió un poco de refresco. Tenía náuseas.
¿Qué le sucedía? ¿No quería terminar su matrimonio? Lo que sucedía debía parecerle perfecto. Si Marco encontraba a otra mujer, la dejaría libre de inmediato. Y ya no habría más problemas.

Entonces, ¿por qué no se sentía feliz?
Aunque la charla de sus amigas la rodeaba, la suave brisa del mar acariciaba su piel y el sol brillaba en un cielo despejado, a Star le parecía que estaba encerrada en una cueva helada. No recordaba haberse comido la hamburguesa, pero al bajar la vista descubrió que casi se la había terminado. La bebida no apagó su sed, aunque le dio algo que hacer con las manos, además de una excusa para no hablar.

Quería quedarse a solas. Trató de seguir la charla entre Jackie y Janna; sin embargo, no logró concentrarse. Observó a las personas pasar, los rostros satisfechos de los visitantes y los tranquilos de los isleños en una tarde típica de Key West.

Star recogió sus cosas y se puso de pie.
—Me voy... tengo mucho que hacer —fingió una sonrisa. La apariencia era todo lo que contaba; lo había aprendido de su tía.

Caminó por la calle de los turistas con un dolor extraño en el pecho. Se esmeraba por atenderla. Las palabras de Jackie repicaban en su cerebro. Star sabía lo atento, encantador y amable que podía ser su marido cuando se lo proponía.
Pareció que al evocarlo lo conjuraba, pues lo vio frente a ella en la acera, acompañado de una hermosa joven vestida con pantalones cortos y blusa bastante caros. Tenía el cabello bien peinado, las largas uñas pintadas y la piel bronceada.

Star se paró en seco, perpleja. ¿Debía cruzar la calle y fingir que no los había visto? ¿O meterse en la tienda de camisetas más cercana?
Marco le ahorró el trabajo de decidirse. La descubrió y detuvo a su compañera.
—Hola, Star —la saludó—. Mishelle te presento Star Butterfly. Star, Mishelle O'Conner. También se hospeda en el Ross.

— ¿Cómo está? —saludó Star, sin quitarle los ojos de encima a su marido, aunque sus anteojos negros impedían que él lo notara. Al lado de esa mujer elegante se sentía acalorada, sudorosa y desarreglada.

—Bien, ¿y usted? ¿Es otra huésped del hotel?—indagó Mishelle.

—No, trabajo allí —le lanzó otra ojeada a Star, pero su marido no cambió de expresión.

— ¿Ah, sí? —inquirió Mishelle, sorprendida.

—Sí. Soy la doncella del tercer nivel —Star sonrió al decirlo. Reconocía la clase de persona que era Mishelle, una snob de primera clase que no se rebajaría a tratar con empleadas. Los labios de Marco se contrajeron un poco y él desvió la mirada. ¿Se divertía acaso?—. Estoy segura de que nos encontraremos con frecuencia —continuó Star, cediendo a la tentación de aguijonear a la emperifollada señorita O'Conner—. Key West es un lugar pequeño. Me agradó verte, Marco.

Star se sintió satisfecha. Su voz pareció sincera y no reveló el caos que la invadía. Marco jamás sabría cuánto le costaba esa aparente tranquilidad.
Mishelle poseía unos modales exquisitos, así que inclinó la cabeza y le sonrió con educación a Star. Sin embargo, cuando Star continuó su camino, pudo escuchar que Mishelle reprochaba a Marco.

— ¿Tenías que presentarme a la doncella? Te apuesto a que el hotel no espera que los huéspedes se relacionen con los empleados.

Star no pudo escuchar la réplica de Marco. El, desde luego, hizo esa presentación para asegurarse de que su esposa supiera que andaba con alguien. A ella no le importaba. Le agradaba que Marco tuviera una compañera. Quizás ahora la dejara en paz.
Aunque él jamás impuso su presencia; Star debía ser sincera consigo misma. Ella accedió a cada encuentro en Key West. Le parecía extraño no recordar el estilo de vida que Marco llevaba en Boston.

Sólo pensaba en el Marco de la isla, cuya conducta no se semejaba a la que su marido solía llevar en la ciudad.
Star se preguntó, con tristeza, si Marco la amaba todavía. ¿Encontraría él a alguien que la sustituyera, que actuara como anfitriona en los festejos que organizaba? ¿Alguien a quien le gustara su casa y la posición que ocupaba la señora de Diaz? ¿Alguien que ansiara cálidas, salvajes y apasionadas noches en su compañía?
Rogó para que no fuera Mishelle O'Conner. ¡Estaba celosa de Mishelle! ¡Ni siquiera conocía a esa mujer y ya le tenía celos porque pasaba el tiempo con Marco! O quizá lo atraía. ¿Era tan mezquina que no quería que Marco fuera feliz sin ella? No deseaba permanecer casada, pero eso no significaba que él no volviera a contraer matrimonio.

Sí, sentía celos de Mishelle. Star siguió caminando, estudiando esas extrañas circunstancias. Nunca había experimentado celos antes. Desde luego, una cosa era imaginarse a Marco en Boston, asistiendo a interminables reuniones y cenas, y otra muy distinta encontrarlo cortejando a una mujer. Y una mujer bonita, además.
No tenía derecho de sentir esas emociones negativas. Sin embargo, deseó que él la acosara.
Actuaba como una idiota. Por un momento ansiaba divorciarse, empezar una nueva vida, y al siguiente se preguntaba si había cometido un error. Penso si ya se habia vuelto loca.

Entró en su apartamento y se dirigió a la cocina para prepararse un vaso de té helado. No pensaría más en eso. Había elegido y se apegaría a su decisión.
Ignoró el dolor de su corazón.

Oskar la llamó esa noche.
— ¿Hablaste con Marco? —preguntó de inmediato.

—Sí... quiero decir, no; no de lo que tú deseas —no podía confesarle la condición que Marco ponía para hacerle ese favor,

—Me prometiste que se lo sugerirías —la acusó.

—De acuerdo, Oskar. Pero se trata de un gran favor y debo encontrar el momento adecuado para solicitarlo.

—Por lo me Jackie me contó, tal vez ya nunca tengas esa oportunidad. Corteja a una rica mujer que llegó de Nueva York. Quizás el padre de esa chica me pueda ayudar. ¿Qué opinas?
Dios bendito, ¿le pediría que también acosara al anciano?

Vuelve a Mi||Starco||TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora