CAPÍTULO I

9.2K 594 117
                                    

«Lo peor de la traición es que nunca llega por parte de un enemigo».

—¡Chúpame las tetas, infeliz!

Le enseñé el dedo corazón a un gilipollas que me gritó guarradas por la calle solo por vestir simplemente mi uniforme de oficinista; falda marrón, camisa blanca y tacones. Nada extravagante. No obstante, pareciera que enseñar un poco de carne les motivaba a actuar como jodidos monos en celo. Mi padre les metería las cabezas en una zanja para que aprendieran a respetar al prójimo.

Refunfuñando y gruñendo, llegué a casa con el malhumor bailando en mi semblante y empeoró aún más cuando me topé con el tarado de Germán, mi gemelo, durmiendo aun cuando eran las seis de la tarde. Era el vago de los vagos. Sin obligaciones ni preocupaciones, solo ahí, yaciendo en el sofá y babeando el cojín.

—¡Levántate, parásito, que esto no es un aguantadero!

Estrellé otro cojín en su rostro somnoliento y demacrado y este se sobresaltó, apretándose el pecho con el corazón próximo a estallar y sus ojos heterocromáticos —uno más abierto que el otro— clavándose como dagas en mis manos aprisionando el cojín.

Suspiró, cabreado, no cabía la menor duda. Sujetó el cojín que estaba bajo su cabeza y se lo dejó caer en el rostro, apartando la luz del sol escondiéndose en el Oeste y adentrándose por nuestra ventana con las cortinas corridas.

Germán era un ser de noche, de esos que duermen de día y salen cuando ya está oscuro, en las tinieblas. Y, por sobre todas las cosas, solo, con su corazón latiendo cada vez más frío. Vestía siempre de negro, con ojeras adornando aquellos hermosos ojos que legó de nuestra madre y poseyendo el humor característico de un león al que le pisaron los huevos, semejante al de nuestro padre.

Bendita sea la persona que logre hacerle activar el «en línea, visto y última vez» del WhatsApp.

—Otro día, otra semana y de otro mes, pero la misma vida de mierda...—murmuró contra el cojín, pero le resté importancia y continúe con mis tareas.

—Deberías estar contento por despertar —le reproché con desdén mientras dejaba al pie de la cama mi arma para combatirle. Miles de personas quisieran tener su suerte y él ahí, quejándose.

—Oh, claro que lo estoy. Estoy contento porque es reconfortante despertar y saber que me queda un día menos de vida.

«Dios le da pan a quien no tiene dientes». Ya era hora de resignarme con este ser.

—Vamos, ve a bañarte que desde aquí se siente tu olor a oso muerto. —Me tapé la nariz y abaniqué el aire con mi mano para apartar el aroma; sin embargo, mi hermano no se movió, así que, obviamente, fui por la más acertada y acorde opción.

Mis manos lo tomaron por los pies descalzos y jalaron de ellos hasta hacerle caer de culo al piso. Sus insultos me afectaban tanto como ver volar a un pájaro. Rodeé su cuello con mi antebrazo, ejerciendo un poco de presión y echando el peso sobre su espalda encorvada. Aquellas manos palparon mi brazo, apretándolo y dándole la bienvenida a sus venas hinchadas y nudillos blancos; sí, lucíamos como dos auténticas bestias en el cuadrilátero, pero de esta forma solucionábamos las cosas él y yo. Y, a esta altura, no sería fácil cambiarlo.

—¿Irás a bañarte? —indagué cerca de su oído. Si no respondía, lo dejaría completamente inconsciente y eso él no podía tolerarlo. ¿Que una mujer le venciera? ¡Jamás!

—Hazte... follar por un... mono —masculló con esfuerzo y yo disfruté como nunca ese... ¿insulto? Bien, digamos que lo fue para no hacerle sentir más humillado.

Aumenté la presión y pude sentir su pulso acelerándose, pero eso no me desmotivó, no si con ello conseguía lo que quería.

—¿Irás a bañarte? —repetí, pero esta vez con más firmeza.

Un Gangster Enamorado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora