CAPÍTULO IX

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«Hermano»

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«Hermano».

No tengo tiempo para introducciones, así que deberás leerme con mil ojos porque, cada cosa que diga, por más breve que sea, será importante, o tal vez no... ¿Quién sabe? A lo mejor estoy jugando contigo y mi intención es hacerte perder el tiempo. O puede ser que mis intenciones sean genuinas, que, a diferencia de él, todo lo que diga sea cierto.

Pero lo cierto es que me da igual que sepan o no mi versión de la historia, yo sé lo que pasó, porqué hice lo que hice y no descansaré hasta salir limpio de toda su mierda. Y, por supuesto, limpiarla a ella también, siempre y cuando entienda de una vez que las personas son simples etapas y que no siga viéndolo o encerrándose en habitaciones con tan solo una toalla envolviendo su cuerpo con estaba seguro chupetones y mordidas.

El fantasma de su presencia suspendía la circulación de sangre en mis venas, inflamándolas y doliéndome; de hecho, me dolía todo, hasta tragar. Math tenía que triturar las píldoras para que pudiera pasarlas y no ahogarme en el intento, aunque sabía muy bien que eso sería un alivio para él. No obstante, también sabía que quería cobrársela de la forma más sádica y cruda y que, el ahogarme con una píldora no lo saciaría tanto como pensaba. La mejor opción era esa: ahogarme de la forma más estúpida y ahorrarme la tortura que me esperaba si caía en sus manos otra vez.

La figura de Math penetrando mi habitación en nuestro escondite me espantó por un momento tras el parecido con su hermano, pero el vestir de este era el antónimo de Leroy; uno vestía camisas de marca, zapatos de lujo y pantalones refinados; el otro usaba remeras deshilachadas, chaquetas de cuero, zapatillas sucias que, seguramente, fueron lavadas dos veces desde que las compró y su colonia era desodorante; la del otro eran perfumes importados con embaces un tanto... peculiares, como rayos, o lingotes de oro.

No pude devolverle la sonrisa que me regaló porque, cuando intenté enderezarme, un agudo pinchazo en el abdomen me robó una mueca de dolor, quemándome por dentro. Me sentía fatal, llevaba días sin dormir de corrido, aunque le fiebre me tenía demolido, pero el dolor era tan fuerte que respiraba y sentía como si me pisaran las costillas. Me costaba infinidad tragar, me ardía la garganta y cada día podía hablar menos.

—¿Cómo te sientes? —investigó tras tomar asiento a mi lado y sonreírme con melancolía. Sabía que se sentía culpable al ver mi estado funesto, pero, si aquí había alguien que no tenía culpa de nada, era, precisamente, él.

Sus ojos avellana viajaron hacia la herida en mi abdomen envuelto por varias capas de gasas rodeando mi cintura y espalda, ya no lucía manchada porque mi amigo se encargó de cambiarla cada día desde que estábamos aquí. Lo que sí lucía y era difícil de disimular era mi aflicción y, sobre todo, la intranquilidad de saber que Leroy podía dar con nosotros si se lo proponía y acabar lo que Abbigail y Matheu no le permitieron.

—Fatal —reí sin ganas con la garganta raspándome, mientras le robaba una sonrisa, cabizbajo—. ¿Me enciendes uno?

Math puso un cigarro entre mis labios y giró la rueda dentada, en tanto la pequeña llama iluminaba ambos rostros y el tabaco comenzaba a adentrarse a mis pulmones para moderar esta ansiedad que me tenía arruinado.

Un Gangster Enamorado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora