CAPÍTULO XII

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 «Infeliz cumpleaños»

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«Infeliz cumpleaños».


—¿Y?

—Nada, jefazo. Sigue sin hablar.

Apreté la botella del Coñac con la llama de la chimenea iluminándome el rostro invadido por las penumbras. La migraña me tenía hecho una mierda y me maldije otra vez por haberme vinculado con, no solo uno, sino ambos Fixley.

Tomé asiento en mi sofá y me empiné la botella. La navaja que le quitaron del pantalón cuando lo capturaron brillaba ante mis ojos por la luz de las llamas. Las iniciales talladas en el filo todavía me hacían ruido, puesto que no cuadraban con las suyas.

«L.D.»

Llegué a pensar que era robada y que dichas iniciales pertenecían a la víctima, pero era una opción que no me terminaba de convencer. También pensé que era la marca de navajas, pero no existía ninguna con esas siglas.

Las neuronas me estaban funcionando a mil estos últimos meses y más desde que mencionó aquel apodo en el piso.

«Chichi».

¿Quién era Chichi? ¿Qué significaba? No tenía significado en Italiano ni tampoco en otro idioma. Las dudas se iban sumando solas a medida que el tiempo avanzaba y, en vez de ir aclarándolas, se oscurecían cada vez más.

Tenía a la lacra encerrada y agonizando, las ventas se multiplicaron, volví a posicionarme en la cabeza de la pirámide del tráfico gracias a la desaparición de mi mayor competencia y, aun así, no lograba ni siquiera sonreír. Lo único que hacía era hincar la vista en un punto fijo e intentar armar un rompecabezas con millones de piezas, pero, cuando una parte estaba completa, descubría que me faltaban muchas más.

La pizarra sobre mi chimenea sostenía su cara con un cuchillo clavado entre los ojos y líneas rojas uniendo los cabos sueltos. Las recorrí con la mirada hasta llegar a las fotos de sus padres. Mis hombres las hallaron cuando requisaron el piso aquella noche que la conocí. Seguía recorriendo las líneas rojas y llegué a ella. Estaba distraída, con el cabello al viento y abrigada. Sus gruesos labios, entreabiertos y esos grandes ojos, perdidos. No se parecía en nada a sus padres, ni él, ni ella. La madre era rubia y tenía ojos marrones, su padre, azules y cabello negro. Ninguno tenía las características tan reconocidas de los hermanitos.

Definitivamente, algo no estaba bien aquí. ¿La madre los tuvo con otro hombre?, ¿o el padre, con otra mujer? ¿Y si ni siquiera eran sus hijos biológicos? ¿Y si estaban en la misma situación que Matheu y yo? No me sorprendería, con la lacra de su padre podría esperármelo.

Los Fixley eran una muralla de ladrillos y cuando por fin llegaba a la cima, se sumaba otra pared que me impedía ver más allá. El insomnio me estaba pasando factura y no me dejaba pensar con claridad, los parpados me pesaban, pero cuando los cerraba, seguía despierto y me estaba torturando no encontrar la manera de sacarle información a aquel hijo de puta.

Un Gangster Enamorado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora