CAPÍTULO II

6.8K 409 116
                                    

«Nadie en su sano juicio pensaría así. Y yo..., yo lo estaba perdiendo».

Mi cuerpo, tumbado en el frío suelo empedrado vibraba compulsivamente, aterrado cada vez que percibía movimientos detrás de la puerta y por lo que pudiesen llegar a hacerle.

Mi boca, cubierta por una gruesa gasa absorbiendo las lágrimas trotándome por las mejillas en picada e impidiendo que un grito de auxilio escapara.

Me sentía enferma, fatal. No podía ver gracias a la nube formada en mis ojos, no podía moverme gracias a las cadenas amarradas a mis extremidades débiles ante el más mínimo toque y/o movimiento. El órgano en mi pecho latía al compás de la gotera cayendo del techo con humedad y hongos, enojado y atemorizado. Me estaba dominando mi propia angustia, oprimiéndome el pecho y obstruyéndome la tráquea para que el aire no cumpliera la función de llegar a mis pulmones.

Había perdido la fuerza, la esperanza. Sabía que moriría aquí, sola, helada, deshidratada y aterrada; desdichada, así me sentía porque fui traicionada y no por cualquier persona. Quien me traicionó fue mi hermano, mi propia sangre, con quien compartí secretos, risas, lágrimas; con quien compartí la vida.

Roté sobre mi espalda, oyendo la macabra sonoridad provocada por las cadenas y ahogué un sollozo. ¡Ya no quería llorar más! Quería dejar de sentir..., sentir temor, hambre, frío, pánico..., traición.

Mis ojitos con lagañas se abrieron por el susto que ocasionaron unas llaves sonando y temblé al divisar una sombra por debajo de la puerta que se abrió poco a poco, originando un sonido semejante al de las películas de terror y divisé a un chico camuflado por las sombras. Cuando avanzó, me encontré con su cabello negro, piel bronceada, entrecejo hundido y amplio tórax, muy similar al francés, de hecho. Este me miró desde la altura con aflicción y se inclinó hacia mí después de cerrar la puerta con el mayor cuidado para no rehacer el mismo ruido. Su cabello carbón rozó mi nariz en cuanto agachó la cabeza para abrirme las esposas y quitármelas, y llevando sus manos hacia mi nuca comenzó a desatar el gran nudo para poder liberarme de la gasa.

—¡¿Qu-qué haces?! ¡¿Qué quieres?! —chillé en cuanto tuve la oportunidad. El cuerpo no me respondía, solo mis cuerdas vocales y las usé lo máximo que pude antes de que mis labios deshidratados fuesen encarcelados por sus gruesos dedos, chistándome en un gesto silencioso.

—Abbigail, cálmate, sabes que si haces ruido moriremos ambos. —Su voz sonó con cierto pavor. Esos ojos avellana introduciéndose con demasiada sencillez en mí lucían nerviosos y el entrecejo arqueado me lo confirmó.

—¿Quién eres tú? ¿Cómo sabes mi nombre?

—Soy amigo de tu hermano —desembuchó al tiempo que liberaba mis tobillos—. Fue él quien me pidió que te rescatara.

No, no era verdad. Si alguien estaba preocupado por ti. Si alguien necesitaba saber con desespero tu estado actual. Si alguien te amaba hasta el punto de dar su vida por ti, no enviaría a otra persona a hacer su trabajo. Ya, de por sí, no tendría que haberme abandonado. Conociendo las consecuencias, lo hizo igual, importándole muy poco lo que pasara conmigo, su amada hermana, según él...

—Mi-mi hermano me traicionó, eso que dices no es más que una vil mentira.

El cuerpo me temblaba por los espasmos y la piel se me tornó de pollo cuando se acercó aún más a mí, tomándome por la nuca con exacta presión para no herirme más de lo que ya estaba y gruñó, con sus labios a escasos centímetros de los míos.

—¿Acaso te quieres quedar encerrada aquí y esperar a que vengan para torturarte con el fin de sacarte un poco de información? —Su pregunta salió con tanta fluidez que me hizo temblar aún más. Parecía estar familiarizado con este tipo de situaciones—. Si quieres eso, yo te dejo, no tengo ningún problema —me afrontó con rigor, desenlazó sus dedos de mi grasoso cabello y se irguió, listo para marcharse.

Un Gangster Enamorado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora