CAPÍTULO IV

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«Yo no soy como tú».

Me hallaba desestabilizada, procesando a paso de tortuga las palabras del francés.

¿Cuatro días?

¡¿Cuatro malditos días?!

No, estaba intentando timarme.

Recordaba perfectamente al encapuchado inyectándome aquella sustancia y al cabo de unas horas despertando en ese tétrico y sombrío agujero que, a pesar de ser espantoso, estaba más cómoda allí que aquí, con él.

—Eso no es posible, no pueden haber pasado ya cuatro días.

Mi mente no lo procesaba.

¡¿Cuatro jodidos días secuestrada?!

—No, no es... ¿Cómo fue? ¿Por qué no lo recuerdo?

—Porque estuviste inconsciente, te inyectaron una elevada dosis de midazolam y te alimentaron por sondas durante tres días hasta que di la orden de interrumpirlo y dejarte despertar —explicó, entretanto jugueteaba con un hilo deshilachado de la toalla.

Claro, actuando como si aquí no ocurriera nada de nada. Como si fuese la confesión más normal del mundo.

—¿Con qué fin? —mi voz tembló.

—Quería saber si la mierdita de tu hermano daba la cara, pero no. —Se acomodó a mi lado y volvió a manosearse el paquete—. Tremenda decepción, ¿verdad? Que tu hermano te deje tirada como si fueras una cosa estorbosa debe de ser desgarrador.

—¿Y tú qué sabes? Dudo que tengas conocimiento sobre ese sentimiento —gruñí, visiblemente herida por sus insensibles y crudas palabras.

—Tengo un hermano —confesó—, un hermano que no me soporta y no está de acuerdo con mi estilo de vida; así que sí, sí conozco ese jodido sentimiento. Y sí, sí los tengo, ocultos bajo candados ardientes, pero existen muy en el fondo.

—Lo dudo...

Y fueron esas dos simples palabras las que congelaron la atmósfera, pero no retiré mi comentario, por el contrario. Mi deseo era que se sintiera tan desgarrado como me sentía yo en este mísero instante, como él me hizo sentir con sus inhumanas palabras la cuales surgieron desde la profundidad de su garganta con la más evidente intención de hacerme pedazos al recordar la traición de mi maldito hermano; sin embargo, cuando intenté meter aún más el dedo en la llaga para que sintiera ese dolor punzante y desgarrador, su voz hizo eco por toda la cabaña, casi ensordeciéndome y aterrándome.

—¡¡Cierra la puta boca o juro que te romperé el cuello!! —Su mano en mi garganta ejerció presión cuando pretendí apartarlo, con su aliento azotándome la piel helada por el espanto y temblando cual hoja seca bajo esos dedos del mismísimo demonio y sintiendo las uñas clavándose hasta dejar marcas—. Habla una jodida vez más y no la contarás, Abbigail.

Dejé escapar algunas lágrimas y la mujer empoderada que me creí me abandonó al instante en el que este tipo juró asesinarme si emitía una sola silaba más; así que, sí, le obedecí porque no quería morir en sus manos, no quería morir en esta situación y mucho menos morir sin antes descuartizar a Germán por meterme en la mismísima mierda.

—Sigue mirándome así y te sacaré los ojos con una cuchara —amenazó entre dientes y rápidamente aparté la mirada. No era el momento para hacerme la valiente ni mucho menos.

El francés me soltó lentamente, sin perderme de vista y volvió a su tradicional posición, dejándome apreciar su espalda y exhalando con hastío.

—Haces que sea tan fácil para mí pelear contigo, Abbigail.

Un Gangster Enamorado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora