CAPÍTULO V

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«Nunca una caricia estuvo tan disfrazada de dañinas y desalmadas intenciones».

Estrés tenían las personas normales quienes trabajaban y estudiaban a la vez. Estrés tenían aquellos que mantenían relaciones toxicas. Estrés y demás síntomas causaba el perder a alguien. Pero yo tenía estrés por ver a un asesino sentado en el sofá mirando el techo y sin la más mínima intensión de mover el culo de allí.


Y lo sabía, sabía a quién estaba esperando, pues su mirada se iluminó en cuanto me vio.

—Calladita no te ves más bonita —lanzó en cuanto pasé por su lado para encaminarme hacia mi habitación—. ¿Tengo que pegarle un tiro a otra persona para que hables, heladito?

Suspiré frenando mi travesía porque sabía que no habría lugar hacia donde ir, fuera a donde fuese, él me seguiría cual perro guardián y prefería darle lo que quería ahora, en vez de tener que soportarlo otro jodido día más.

—Qué disgusto verte, Leroy —bufé, volteando hacia su dirección.

Me quedé estancada en mi lugar cuando él se levantó del sofá y caminó hacia mí con ese andar despampanante y sugestivo.

El movimiento de sus caderas al marchar era hechizante, al igual que el vaivén de sus brazos a ambos costados de su cuerpo tan musculosos que los imaginaba envolviendo mi cuello hasta asfixiarme...

¿Lo dije o lo pensé?

Detestaba esa vocecita en mi cabeza que me incitaba a ir por retorcidos caminos en donde mi imaginación se corrompía y descubría pensamientos que no debía mantener y menos con él, quien era un asesino despiadado capaz de lastimar hasta a su propio hermano. Odiaba y aborrecía el hecho de que se estuviera acercando a mí con dudosas intenciones y que mi cerebro se rehusara a dar la orden de escapar de su persona. Y, por supuesto, me rabiaba que sus manos me tomaran por la cintura y que, en vez de alejarlo, ansiara que me oprimiera más a su pecho y magreara hasta el cansancio.

Mi piel percibió el calor que desprendió y se tornó de gallina cuando sus dedos ásperos acariciaron una vez más mis costillas con sus yemas procurando grabar el recuerdo de mi suavidad en comparación con la suya.

Éramos como algodón y roca.

—Y qué gusto saber que me has estado investigando, heladito —ronroneó con el hocico pegado a mi cuello.

Sentí como mis piernas optaron por no seguir mis instrucciones y nos propulsaron hacia el sofá; él se dejó caer primero y yo le seguí el juego, apresando contra mi vulva un bulto importante escondiéndose bajo esos pantalones de vestir tan caros y refinados.

Sentí como mis piernas optaron por no seguir mis instrucciones y nos propulsaron hacia el sofá; él se dejó caer primero y yo le seguí el juego, apresando contra mi vulva un bulto importante escondiéndose bajo esos pantalones de vestir tan caros y ...

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Por un instante me replanteé la descabellada idea de dejarlo ir más allá cuando mis manos se posaron en el respaldo del sofá; pese a lo vivido, él había sido el único en no mentirme, en ir de frente, en mostrarse tal cual es. Y, por muy turbio que sonara, quería que Germán nos viera, no haciéndolo, cabe aclarar, no estaba tan enferma. Solo deseaba que me viera incumpliendo sus patéticas órdenes, que pusiera el grito en el cielo ante la idea de que me fusionara con su archienemigo; sin duda, no daría la cara, era un cagón de mierda y no se presentaría sabiendo que Leroy estaba aquí.

Un Gangster Enamorado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora