CAPÍTULO XI

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«Ma petite mort»

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«Ma petite mort».

Bajo la luz de la luna, el cadáver de la mujer se iba cubriendo. El sudor que recorría mi cuerpo era frío y lo sentía abriéndome la piel a medida que dejaba la evidencia de su ruta cuya existencia era producto de los nervios que me estaban delatando.

Aparté las pequeñas perlas en mi frente con el dorso de la mano y eché un bajo suspiro, liberando la tensión. Lo había hecho. Había enterrado a mi madre en la cima de este bosque, donde nadie podría encontrarla jamás. Aplané la tierra con la lámina de la pala, luego la removí para que se mimetizara con el resto y acabé por colocar algunas piedras en lo que oía el caminar de los depredadores a mi alrededor.

—Púdrete en el infierno. —Escupí sobre su tumba y regresé a mi auto luego de un largo trayecto desde la cima hasta el pie del bosque empinado.

Lo primero que hice, luego de abordar, fue empinarme una botella de whisky contra los labios partidos por sus golpes, haciéndome asar hasta lo más profundo. El ardor me carbonizó la garganta, mas no dejé de pasar el líquido, pues este era mi único aliado ahora mismo, el único que sería capaz de hacerme olvidar por un rato la atrocidad que perpetré; sin embrago, no fue buena idea bajarme la botella entera porque a la media hora estaba abriéndome paso en la habitación de esa a la que llamábamos «mamá».

—Despierta, basura. —Sacudí sus débiles hombros hasta que abrió los ojos.

Lucía destruida. El polonio que uno de los enemigos de mi madre mandó a que le mezclaran con el té cada mañana en el desayudo la había dejado sin cabello, el hígado y los riñones ya no le servían y la muerte se estaba aproximando a cada hora. El sufrimiento era inimaginable y atroz, y no sabía cuanto más resistiría, así que entendí que era mi momento para escupir las cosas que antes no podía.

—¿Daryl? —jadeó, absorta en las brasas que brillaban en mis ojos cuyo fuego se estaba tornando indómito.

—Maté a tu amada mujer.

Su rostro, invadido por el espanto, fue un cuadro que quise mandar a pintar para colocarlo en la cabecera de mi cama y admirarlo cada vez que me despertara.

—Le corté el cuello con una botella de vino partida luego de casi dejarnos a Math y a mí en coma —liberé mi veneno en lo que sentía un tirón en el estómago por el lancinante recuerdo—. Se acabó la tortura, mamá. Se acabaron las noches de golpes. Se acabaron los insultos, las amenazas, las bajezas. Ya no será la titiritera. Este títere al que mandoneaba a su antojo cortó sus hilos y la ahorcó con ellos.

—Daryl, por Dios... ¿Cómo pudiste hacerle eso...? —lloriqueó, cerrando los ojos, mas las lágrimas salieron igual por los lagrimales decorados con lagañas.

—¡Nunca llegaron a mis oídos sus disculpas por las cosas que le hizo ¿y tú te atreves a culparme por haber reaccionado así?! —reventé. Si había algo que odiaba era que la defendiera—. ¡Ella me quitó la vida!

Un Gangster Enamorado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora