CAPÍTULO XV

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«Las Catacumbas»

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«Las Catacumbas».

Un año atrás.

—Mírame a los ojos y dime la verdad, Abbigail.

Mi amiga, o bueno, eso creía, no tenía ni siquiera los ovarios bien puestos para mentirme en la cara. Bajaba la mirada, murmuraba y evitaba responder.

Ella era como mi hermana, eso decía, pero cuando estábamos Germán y yo en el tablero, era a él a quien escogía.

Él siempre fue un idiota con su hermana, jamás estuvo para ella, ni siquiera cuando descubrieron la traición de su padre. Él solo se cerró y se marchó por semanas, dejando a su Abbigail tirada. Yo fui testigo, yo estuve ahí para ella, no él. Yo la consolé, no él. Y ¿qué conseguí? Que lo siguiera eligiendo.

—Genna, por favor...

—¡Que me digas la verdad!

—¡Sí!

El mundo se me desmoronó como un castillito de arena. Su fue como un torbellino, pero esperaba, idiotamente, que fuera un no. Deseaba que me dijera que estaba delirando, que estaba loca, que eran ideas mías.

—Todos los fines de semana lleva a una chica diferente al departamento.

Negaba con la cabeza, limpiando el sudor de mi frente ante su confesión que me rabió aún más.

—¿Hace cuánto me engaña?

¿Lo quería saber? Sí. ¿Lograría algo con eso? No; solo ahogarme más en la miseria.

—Desde que te conoció.

Retrocedí con los ojos llorosos cuando mi falsa amiga intentó tocarme. No; todos los mimos y palabras de motivación serían fingidos. Ella era artificial, al igual que su hermano; corazones falsos, sonrisas engañosas y caricias hipócritas.

Lo di todo por él. No había necesidad de que me hiciera esto. Y ella..., ella era todo lo que no quería en una amiga.

—Gen...

—¡Apártate!

Cayó de espaldas cuando la empujé y yo me desesperé por salir corriendo de mi habitación.

—Genna, ¡no!

Cerré la puerta con llave en sus narices. Si tenía que hablar con alguien, sería con aquel hijo de su puta madre.

Busqué en los bolsillos de su campera. Nada; su bolso solo guardaba el celular, los documentos y toallas higiénicas, pero no había rastros de las llaves de su departamento.

Con paso apresurado llegué hasta mi habitación y desde el otro lado le dije:

—¡¿En dónde putas tienes las llaves?!

—¡Genna, por favor, abre y hablemos!

—¡Dame las llaves o te dejo encerrada por el resto de tu vida, Abbigail!

Un Gangster Enamorado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora