CAPÍTULO X

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«Ataque al corazón»

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«Ataque al corazón».

El punto rojo titilante en la pantalla de mi celular indicaba el paradero de Abbigail, proveniente del móvil que le di y esperé con muchísima paciencia a que encendiera. Claro, la idea base era que ella no supiera que tenía un rastreador, pero mantenerlo en secreto me importó una mierda cuando la oí sollozar del otro lado de la línea. Sabía que me llamó por una urgencia, tal y como le indiqué y no me haría el imbécil al pedirle su ubicación, no cuando supe en donde estaba desde que encendió el aparato.

Abordé mi auto y conduje como un maniaco, siguiendo el camino del GSP hacia el punto. Me salté varios semáforos en rojo, atropellé a un indigente que llevaba sus pertenencias en una bolsa negra que acabaron rodando por el capó de mi auto y algunas manchas rojizas impactaron como lluvia, pero el limpiaparabrisas se encargó de limpiarlas. Me gané varios bocinazos e insultos de otros conductores, pero la imagen de Abbigail llorando los salvó de que desenfundara mi arma y vaciara el cargador en sus cabezas. Esta situación me tenía tenso, no sabía qué le había pasado, pero, sin conocer la razón, estaba volando hacia ella.

El punto rojo titilaba con más insistencia por la cercanía; desmonté, cerré la puerta y caminé a paso apresurado hacia la casa en donde me indicaba el GSP que ella estaba. Golpeé varias veces la puerta y esta se abrió apenas unos pocos centímetros, dejándome ver a Abbigail con una falda ceñida a ese cuerpo que me torturaba al no permitirme tomarlo como me gustaría y trazando sus enviciantes caderas. Llevaba los dos primeros botones en su camisa blanquecina abiertos, dándome permiso para admirar el nacimiento de esos senos que algún día me metería enteros a la boca, y mordía su labio inferior con pena. La otra mitad de su cuerpo estaba escondida detrás de la puerta. ¿Por qué estaba vestida así? Su fragancia opacó todas las duda y me empujó a tomarla entre mis brazos para arremeter contra su cuerpo. Mi boca viajó hacia su cuello para aspirar su olor como un drogadicto con la nariz metida entre una montaña de cocaína. No sabía la razón de sus sollozos, pero al permitirme acorralarla contra la pared y cerrar la puerta tras mi espalda, entendí que nada grave pasaba, sino que inventó todo esto solo para verme.

—Sabía que no podrías seguir resistiéndote, heladito.

Me comí a besos su cuello en lo que le clavaba los colmillos en la carne para ganarme varios gemidos lastimeros. Sus dedos me tomaron por los hombros, pero lucían tan débiles que ni fuerza ejercieron.

—Daryl, por Dios, detente —sollozó, pero no podía parar y menos al sentir ese intenso aroma a sangre. Me tenía encandilado, con los ojos apretados y saboreando su cuello como un cono de helado.

—Abbigail, ¿estás menstruando? —Pasé la lengua por su lóbulo en lo que ella temblaba en mis brazos y yo hundía cada vez más los dedos en esas caderas que me tenían destruido—. Porque, si es así, nada impedirá que baje a lamerte el coño como un jodido vampiro.

Un Gangster Enamorado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora