CAPÍTULO VII

5.4K 398 155
                                    

«El plan B»

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

«El plan B».

Cinco horas atrás.

El salir del departamento que alguna vez compartí con mi hermano fue la decisión más acertada que tomé en los últimos días.

Estaba rabioso porque no soportaba la ingenuidad de Abbigail y su terquedad era como una roca en mi maldito camino que deseaba patear, hacerla volar y despejarme el paso para seguir con mi vida, esa que estaba cambiando desde que tomé la infausta idea de secuestrarla. No podía seguir compartiendo el piso con ella o acabaría acribillándola y mi hermano no me perdonaría el manchar su preciosa alfombra con sangre.

Abbigail... tan hermosa, pero tan idiota.

Muchos sentimientos bailaban en mi interior, combinándose y creando una mezcla indescriptible cuando pensaba en ella. Sí; me latía hasta la verga cada vez que la tenía cerca o encima, pero opacaba todo lo positivo cuando defendía a la escoria de su hermano como si fuera un santo.

Si supiera... si tan solo supiera quien era él, me pregunto si realmente seguiría protegiéndolo como lo hacía.

Abordé mi auto y golpeé el volante, vaciando toda la carga de ira habitando en mi ser hasta que los huesos de mis manos comenzaron a quejarse por los feroces puñetazos. No podía ni quería frenar la bronca, y la imposibilidad de hacerla entrar en razón me estaba triturando las vísceras.

Lo seguía protegiendo, pero... ¿por qué?, ¿porque era su hermano?

Un hermano no hacía lo que él le hizo a ella y una persona mentalmente estable o meramente normal no perdonaría tal traición. Al menos, no en mi caso y esperaba que tampoco en el caso de nadie. Pero, maldición, justo me vine a meter con la única persona que haría todo lo que yo no, y eso me reventaba las pelotas porque no podía solucionarlo como siempre lo hacía. No le arrancaría las uñas o dedos. No le rompería las piernas. No haría que la torturaran hasta sacarle la información requerida. No..., no podía y, si era sincero, tampoco quería.

Cada vez que pensaba en ella, en su terquedad inquebrantable, me preguntaba por qué no podía hacerle lo que hacía con todos. El haberla ahogado en el retrete no llegaba a ser ni un cuarto de lo que le hacía a los demás y quería saber la razón. Por qué mi cuerpo se negada a lastimarla. Por qué no la asesiné cuando tuve la oportunidad.

Tal vez llevarla hasta el laboratorio y presentarle a mis bebés me facilitaría la tarea de obtener la información si le hacía creer que la arrojaría a ellos.

Mi brillante plan fue eclipsado por una intensa vibración en mi bolsillo; se trataba de un numero desconocido y me pareció extraño porque nadie que no conociera podía disponer de mi contacto, así que estiré la antena del móvil para evitar ser rastreado y atendí para descubrir de quien se trataba.

Una sonrisa ladina se plantó en mis labios cuando escuché su voz del otro lado.

Sácame de aquí. —La súplica en su voz era poesía para mis oídos.

Un Gangster Enamorado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora