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El sueño iniciaba en el monte Otris, donde los titanes habían intentado hacer una guarida malévola para el nuevo mundo que ellos gobernarían. Percy vio las ruinas a sus pies, lo que sus compañeros romanos habían destrozado en su propia batalla de Manhattan, pero en San Francisco. Claro, él no había estado ahí, pero en su (realmente corta) estadía con sus compañeros supo sobre esa batalla. Había también algo de niebla arremolinándose como enredaderas a sus talones. Le dio un escalofrío, esperaba por todos los dioses que no se volviese la bruma algo tangible y lo dejara atrapado.

Percy fue paseándose por la ruinas, no parecía ser un lugar muy peligroso, no había más que soledad y destrucción. No obstante se llevó la mano al bolsillo, los sueños podían ser muy vividos, a pesar de que no causaban mayor daño, era mejor que siguiera teniendo a Contracorriente cerca.

A Percy le parecía que en cualquier momento la tierra se podría a temblar y un terrible rostro durmiente y malévolo aparecería a sus pies, afortunadamente no apareció nada, pero sí tembló. Fueron como tres sacudidas fuertes que lo derribaron, y alertaron. Los sueños para los semidioses eran más que un simple reconocimiento de lo que habían hecho a lo largo del día, podían ser visiones del pasado o del presente. Y al estar en el suelo a Percy le pareció un muy mal augurio.

Cuando pudo, se levantó de inmediato, sacando de su bolsillo a Contracorriente y destapando la pluma para que ésta se transformara en una brillante espada hecha de bronce celestial. <<No pasará nada>> intentó decirse a sí mismo, de cierta manera no hacían mucho daño los sueños, sólo alteraban la mente ya de plano transformada de cualquier semidiós. Todos esos datos se los recordaba como un mantra. Sus últimos sueños habían sido terribles, plagados de las más espantosas pesadillas. Pero tenían que ser sólo eso: pesadillas, muy lejanas y encerradas en lo más profundo del foso.

El monte Temalpais volvió a moverse, sacudiendo los cimientos que aún estaban en pie de la fallida reconstrucción de los titanes. Percy estaba alerta, en posición de defensa esperando un ataque. De pronto, sucedió. La imagen del monte se distorsionó, pasando a ser una visión espectral del Campamento Mestizo. Todo tenía sombras tenebrosas provocadas por pocas luces fluorescentes instaladas en los bordes de las cabañas. Cada una, señalada con un número como si estuviera hecho a pinceladas rápidas y desastrosas se erguía a varios metros de distancia de la siguiente. Percy avanzó, intentando no entrar en pánico. No había tenido esa pesadilla aún, porque seguro que era una pesadilla, y al ser ése el caso, todo acabaría mal. No obstante al estar pasando por la cabaña 8, la que normalmente pertenecía a las cazadoras de Artemisa, se detuvo. Escuchó un ruido a su lado derecho, ahí donde se erguía la normalmente deshabitada cabaña. El número ocho brillaba en el puto más alto, de color plata, como el astro que representaba a la diosa.

Percy decidió acercarse a inspeccionar, sí, tal vez era una decisión tonta. Pero algo lo llamaba, y no era sólo el sonido extrañamente parecido al que hace un empaque de papas fritas al intentar ser abierto sin mucho éxito. El muchacho llegó al porche, su espada la sostenía como si dependiera su vida en ello, lo cuál de cierta manera podría ser. Ya le había ocurrido, morir en alguna pesadilla, y despertar con la terrible sensación de no tener que respirar ya. Eso no hacía la experiencia menos horrible cada vez que experimentaba. Intentó no hacer mucho ruido, así no alertaría de su presencia. Tomó el pomo de la puerta de la cabaña y lo giró rápidamente, la puerta se abrió con un chirrido que parecía típico de las películas antiguas de terror. Dentro había literas como en la cabaña tres, en la que se supone que él reposaba físicamente en esos momentos, las sábanas brillaban como si fueran hechas de polvo de estrella, y una ligera brisa que no llegaba a sentir el muchacho, o tal vez era un movimiento que producía por sí misma la tela, hacía que las orillas se ondularan. Bajo las sábanas de cada litera parecía estar recostada una muchacha, de piel grisácea, como si fuera un cadaver en lugar de una doncella durmiendo.

Cambiándolo todo [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora