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Percy regresó a al campamento a la hora de la comida, se dirigió directamente a la mesa de la cabaña 10, donde un par de rubias ya se estaban sentando de apoco, seguidas por una chica castaña.

—Ey, chicas.

Unos fríos ojos grises lo miraron sin tantas ganas, parecía que la había interrumpido. Otros pares de ojos grises lo miraron con preocupación. Y los irises de color indeterminado vieron con curiosidad al chico.

—Chico-Pez, ¿qué tal? —saludó Pipes, Anne rió por lo bajo y Percy no pudo atinar a más que poner los ojos en blanco.

— ¿Okey? Hola. Annie, ¿me puedes dar un momento? —Perce señaló sobre su hombro, y se centró en su novia. La rubia no tuvo problema de levantarse casi de inmediato.

—Oh, claro. —Aceptó. Se volteó un momento y agregó-. Vuelvo en un momento.

Annabeth a veces era demasiado buena actuando, les dio una sonrisa amistosa y la pareja comenzó a alejarse. No obstante Percy escuchó como alguna de las dos chicas, seguro había sido Anne, bufó molesta.

— ¿Te estas llevando bien con ella? —preguntó casualmente Percy, al irse alejando de las mesas. Al menos se irían tras alguna de las columnas y podrían hablar rápido, comer y organizarse bien.

—No del todo.

— ¿Siempre es así de...?

— ¿Clarisse?

—Sí.

Bueno era imposible negar que aquella Annabeth se le asemejaba un tanto a Clarisse la Rue, una brusca chica de Ares que atemorizaba de vez en vez al campamento. Ambos chicos rieron un poco.

—Extraño a Clarisse —mencionó la rubia, recargándose sobre la columna de mármol. Percy la miró como si se hubiera vuelto loca—. Bueno, extraño escuchar los gritos de los chicos de Ares, ¿te has dado cuenta de que aquí casi no hacen ruido?

—En la arena eran los más emocionados —mencionó Percy, recordando el evento del día anterior.

—Pero no es lo mismo. Al menos en casa las cosas tienen su lugar. Aquí... ni siquiera mi otra yo parece corresponder a la cabaña adecuada.

— ¿Lo dices por el número o por ella misma?

—Es muy extraña. Es cerrada, fría, amenazante. Me estuvo acechando en la noche, antes de volver a su cabaña, ¡me siguió hasta que pude encerrarme en la habitación de invitados! —Annabeth soltó un suspiro.

— ¿Te amenazó con la espada de nuevo?

—Si tuviera mi gorra de los Yankees o mi daga me sentiría mejor. Esa chica parece una amenaza.

—Según he escuchado cosas sobre ella, lo es. Gran guerrera, gran líder, pero una chica más enojada con el mundo no puede haber. Es todo lo contrario a lo que quisiera Atenea. No es la hija ideal...

Annabeth bajó la mirada y de cruzó de brazos. Si la chica lo pensaba un poco más se daba cuenta de que la Annabeth de ese mundo intentaba ser lo opuesto a ella, a la Annabeth Chase heroína y próxima arquitecta del Olimpo. Anne Chase quería demostrar fuerza, coraje, fiereza, no confianza, dedicación, amabilidad como lo hacía Annabeth. Anne era una líder, pero también daba un aire bravucón a su paso. Annabeth se ganaba la confianza de sus compañeros y la ponían frente a ellos, para que diese el ejemplo. Pero, a pesar de todo eso, parecía que ninguna de las dos Annabeth Chase era la hija ideal. Anne tal vez por su actitud rebelde, que iba contra los deseos de su madre de que fuera estudiosa y con eso llegara a la grandeza. Pero Annabeth era así, y a pesar de eso su propia madre, la Atenea que le podía bien parecer valer un pepino cualquiera de sus hijos, la ignoró por bastante tiempo. Apenas unos meses atrás le había dicho que estaba orgullosa de ella, no obstante esas palabras no valían mucho contra las acciones o las pocas miradas que le había mostrado a lo largo de su vida.

Cambiándolo todo [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora