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La parte trasera del autobús repentinamente fue arrancada como si fuera de papel, dejando la orilla informe, astillada. El chirrido metálico cuando la tapa dio a parar a alguna parte más allá de la carretera hizo aún más tenso el ambiente. Los chicos se pusieron en posición de defensa a lo largo del angosto pasillo, sacaron sus armas y las sostuvieron con firmeza, listos para atacar. A excepción de Annabeth y a quien ella se refería como Pyr.

Annabeth sin sentir su antes inseparable daga en su lugar habitual se hundió ante la sensación de estar desprotegida. En cambio, Leo o Pyr, no pudo hacer más que intentar protegerse detrás del asiento, él no tenía arma, apenas sabía luchar, ¿qué hacer? Esconderse e implorar que no lo agarraran.

Anne, con sus espadas bien agarradas por sus mangos, era la que encabezaba el pasillo. Un poco más atrás estaba Percy con Contracorriente, listo para atacar a cualquier cosa que se moviera y fuese una amenaza. Le seguía Perce, con su propia Contracorriente, y un tanto más atrás estaban Piper y Nicks. La muchacha con su preciosa daga y el chico con una espada.

El metal del techo, cercano al gran hoyo que se había hecho, crujió. Todos esperaron, expectantes, tensos, preparados para la lucha. Parte del techo se hundió por un peso extra, era obvio que las barreras mágicas del autobús se habían disuelto por completo. Anne dio dos pasos al frente, con las espadas preparadas por cualquier ataque repentino con el que se pudiese topar.

— ¡Muéstrate, bestia! —exigió ella.

—Pero qué grosería es aquella, muchachita —contestó una voz, femenina al juzgar por lo cantarina y aguda.

Desde el techo apareció una cabeza de la cual colgaba una larga cabellera rojiza con algunos mechones blancos. Un par de grandes ojos dorados los observaron a todos, mientras una gran sonrisa, que mostraba dientes afilados, se formaba en aquel rostro que sería hermoso sin la malicia que se cernía sobre él. El metal rechinó nuevamente. La cabeza que asomaba por la espinosa orilla, y bajaba lentamente casi como si quisiera tener cuidado, mientras la criatura se metía más al autobús. Una especie de dedos alargados conectaban con coloridas plumas en vez de brazos. Y al terminar el rostro, en ese momento en que empezaba el cuello, éste se veía lleno de un maltrecho plumaje anaranjado.

Percy identificó en ese momento de qué se trataba. ¡Una arpía! ¿Pero cómo una sola arpía podía haber hecho tal daño al autobús? No, no era posible, debía de estar acompañada. El muchacho, recordando a su amiga Ella, aquella benevolente arpía que había memorizado unas valiosas y antiguas profecías, avanzó por el pasillo, intentando acercarse a la autoinvitada.

Todos los otros chicos se quedaron casi inmóviles hasta que la lenta arpía se deslizó al suelo del autobús por completo. Percy llegó donde Anne, y ella le cubrió el paso, casi como si intentara protegerlo de la amenaza. Percy se detuvo, obedeciendo a Anne, y ella se acercó lo suficiente para apuntarle a la nuca con una de sus espadas.

— ¿Qué te hace estar aquí, Arpía, impidiendo nuestro cruce por el estado? —cuestionó la rubia con fuerza.

—Un mensaje.

—Para eso no tenías que destruir nuestro autobús —la voz de Leo, o Pyr, se escuchó sobre la pausa de las dos hablando.

Anne frunció el ceño y mentalmente regañó al chico, mejor no hacer comentarios tontos o inapropiados frente a los monstruos que los querían matar, devorar o torturar.

— ¿Qué mensaje?

—Yo no destruí su querido transporte —escupió la arpía con la cara sobre el suelo, pero Leo podía imaginarse la sonrisa afilada que estaría haciendo sobre el metal del suelo—. Ya no tengo mucho tiempo, así que será rápido, ellas vendrán por ustedes en unos instantes. Mis hermanas están desapareciendo, si en su camino las encuentran, libérenlas por favor.

Cambiándolo todo [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora