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Anne golpeó con insistencia el cristal de la ventana. Cuando el chico de ascendencia latina fue a ver qué sucedía, se sorprendió de ver a la rubia allí insistente en que le abriera.

— ¿Anne? ¿Qué rayos haces aquí? —preguntó el chico, aún detrás del vidrio.

—Necesito tu ayuda para...

—No. Mala idea —dijo el joven interrumpiendo a la otra.

—Ni siquiera sabes qué voy a decir.

—No. Pero si me necesitas a mí es que es mala idea.

—No. ¿Por qué crees eso?

—Porque parece que todo lo que hago es arruinar cosas.

Anne casi retrocede por lo dicho, pero se aferró más a los ladrillos sobresalientes de la estructura a la que se sujetaba.

— ¿Qué? Pero si eres Leo Valdez, ¡el mejor chico de Hefesto de todo el campamento!

—Shh, baja la voz. —Anne sonrió al notar que las mejillas de Leo se encendieron—. Y no es cierto. Al parecer soy terrible.

— ¿Quién te dijo eso?

—Nyssa. Se enojó conmigo porque incendié una tabla que iba a usar para hacer un armario para las chicas de Afrodita.

Leo seguía con las mejillas coloridas por la vergüenza que sentía. Anne hizo una mueca con la boca.

—Bueno, en un rato hablaré con ella. Ahora, déjame entrar antes de que me resbale y suceda un accidente.

Leo abrió la ventana, girándola para adentro, y se hizo a un lado. La muchacha, que se sujetaba de los ladrillos sobresalientes que había en la parte de atrás de la cabaña de Hefesto, se movió hábilmente para meter sus piernas primero, luego su torso, y finalmente la cabeza.

—Entonces estás castigado.

Leo asintió lentamente.

—Se supone que no debería hablar con nadie.

Anne rodó los ojos.

—Pareces princesa en apuros —señaló, sin ser graciosa realmente. El asunto era más serio de lo que debería ser—. Me voy un par de semanas y pareces una princesa encerrada en una torre.

—Sí.

Anne suavizó la mirada al notar que a Leo le dolía su propia situación. Se acercó al chico lentamente, le agarró del rostro con cuidado, subiéndolo para que se viesen a los ojos. Las yemas de los dedos de la chica acariciaron lentamente las mejillas morenas del muchacho, unos centímetros más pequeño que ella.

— ¿Sabes qué? Te vienes conmigo —sentenció en ese instante. Leo abrió los ojos sorprendido—. Coge ti arma y vámonos, esta noche duermes en mi cabaña. Y cuando regresemos, le pediré a Atenea que, por tu seguridad, tus actividades se amolden a mi horario. Evitaré que esos chicos te vuelvan a molestar.

Leo se apartó de inmediato, viendo alarmado a la muchacha.

—No. No puedo hacer eso.

—Claro que puedes. Es algo físicamente posible. Agarra tu arma —ordenó la muchacha. <<Tal vez estoy siendo algo ruda con él>> se dijo—. Por favor, Leo. Necesito que la cojas. Sino, yo lo hago por ti, ¿Beckendorf te la quitó? ¿Dónde está? ¿Cómo es?

Era claro que Anne estaba dispuesta a todo para sacarlo de ahí. Leo se removió incómodo, tenía que ser sincero.

—Beckendorf no la tiene.

Cambiándolo todo [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora