Capítulo 18

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Fuiste tan idiota como para creerme...

Aquí el único idiota que se dejó atrapar fácilmente soy yo. ¿Por qué dije eso cuando no era la realidad? ¿Por qué decidí destruir su débil corazón siendo un mentiroso completo? Simple: la rabia de haber sido atrapado tan fácilmente por un niño me cegó, me hizo sentir tan pequeño, que quise hacer sentir más pequeño a alguien que no fuese yo. Ése alguien, la víctima de mis estupideces, fue Helen.

Estoy nuevamente en el agujero del que me costó salir. Y como no lo había predicho, había caído simplemente por mi cuenta. Me confirmé a mí mismo sin la más mínima prueba posible de que Thomas me haría caer nuevamente con sus incompetencias, y aquí estoy, durmiendo en una casa abandonada, llena de ratas, polvo y suciedad de la peor. El olor a muerto emana de todas partes, no he comido en todo el día y apesto a desesperación y sudor.

Lo malo de ser reconocido es que no puedo andar libremente por ahí, la gente me identificará de inmediato y llamaría a la policía en caso de ser así. No puedo arriesgarme a sufrir otra horrible pena como ser atrapado por un idiota que me trataba como su único ídolo.

Está lloviendo con fuerza, los truenos me hacen temblar y el frío está haciendo de las suyas en mí. Estoy temblando, y ahora, aunque me cueste admitirlo y me duela en el ego, quiero que Thomas esté a mi lado, como todo este tiempo estuvo para mí cuando me encontraba desmotivado o deprimido por X o Y motivo. Me arrepiento... me arrepiento totalmente de haberlo tratado como una basura la última vez que nos vimos, y ahora por mi culpa, está tras las rejas...

Tampoco soy de acero, un ser sin sentimientos, porque fácilmente me eché a llorar cuando me di cuenta que estaba nuevamente en la miseria: sin poder escapar del destino que la vida me había designado. Era como el Raphael de hace quince años. El que era abusado sexualmente por su padre, el maltratado, el no deseado.

Mi padre era un drogadicto y alcohólico, mi madre trabajaba como prostituta, Thomas y yo estudiábamos en una escuela pública de las peores. Cuando mi padre volvía ebrio a la casa, mi madre siempre se ocupaba de terminar su trabajo realmente temprano para evitarse problemas.
Nosotros, en cambio, éramos víctimas de sus maltratos... sobre todo yo, pues en ese entonces no tenía la fuerza física suficiente como para revelarme contra él. En cambio, Thomas era fuerte y grande, podía con mi papá y con todo aquel que quisiera meterse con él, y eso me volvía su mejor objetivo para los abusos físicos.

Durante toda mi vida fuí un desgraciado, alguien que no tenía futuro... y era cierto. Porque esto no es futuro; el estar encerrado aquí no es un futuro, el ser perseguido constantemente por la policía no es un futuro, el desperdiciar tus últimos días en la cárcel tampoco lo es.
Estoy exhausto, física y mentalmente hablando. Y aunque lo esté, el miedo de dormir es tan grande que no puedo siquiera parpadear por eso mismo.

Cuando escucho a alguien fuera de la casa, asomo la mirada entre las tablas en la ventana. Alguien con capucha se acerca, y como si mi vida dependiera de ello, y así era, busqué el arma que había robado de aquel guardia de seguridad del orfanato. Evité hacer ruido para acercarme a la puerta y esperar a su lado, de forma que quedaría oculto en caso de que la abran. Mi pulso cardiaco está acelerado, siento que el corazón se me quiere salir del pecho. Y cómo no, mi respiración pesada es realmente audible.

La puerta se abre con sumo cuidado, mis nervios no me lo permiten más y me obligan a salir de mi escondite. El encapuchado sólo me observa con detenimiento, pero al ver mi arma, cierra la puerta con apresuro y se quita la capucha...

—¿Kenya?

—Ralph, bebé —dice antes de tomar mi rostro con ambas manos y besar cada una de mis mejillas.

Las razones de mi triunfo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora