Epílogo.

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¿Escuchaste la noticia?

¡Ja, claro!

Dicen que le cortarán la cabeza.

¡Eh, pobre hombre!

Muchos dicen que se lo merece.

Matar a personas inocentes para conseguir inspiración...

Al parecer lo condenaron a muerte.

Bah, era uno de mis escritores favoritos.

Era súper guapo...

Raphael O'Neal ha sido condenado a muerte por la Jueza Mary Johnson después de que se presentaran los cargos de asesinato, robo de identidad y datos.

¿Ustedes creen que se lo merecía?

Trabajé con él por mucho tiempo, jamás pensé que fuese así.

¿Y qué harán con sus premios?

Tanto los premios como su cabeza serán vendidas en el mercado negro, ¡es una locura!

No me imagino las cosas que haría con su cabeza...

¡Agh, pervertida!

¿Y cuándo lo ejecutan?

¿Cuándo será ejecutado?

Hoy.

¡Pues hoy!

Supuestamente... hoy.

Y su ejecución será pública...

—¿Estás feliz ya? —preguntó uno de sus colegas mientras llevaba de los brazos a Raphael O'Neal—. Has cumplido con tu promesa, O'Neal, me sorprendes.

—No tenía nada que perder, Michael... —soltó de inmediato aquel alto hombre, con la mirada gacha— por eso he tomado esta decisión.

—Me parece irónico: siempre estuviste en contra de las injusticias, y resulta que tú siempre realizabas más de alguna... qué rebuscado.

—¿Rebuscado...?

—Sí... eres un ser humano después de todo.

Un hipócrita más.

Fue la única frase que salió de su mente. Tenía razón, después de todo, pero no era tiempo para empezar a pensar sobre lo que hizo.

Iba a morir, de eso estaba seguro.

Y aún así, conociendo que su muerte ya estaba programada para ese mismo día, no pensaba en disculparse: «Hice lo que mi naturaleza dictaba: sal adelante», fue lo único que pensó cuando fue condenado.

Había pasado una hora desde que salió de su celda. El lugar de su ejecución sería frente al ayuntamiento...

Sí, frente al ayuntamiento.

La guillotina ya estaba instalada donde correspondía, con una canasta al otro lado. De público habían niños, adultos y ancianos; todos reunidos por el mismo propósito: ver la muerte de alguien.

—Oh... como siempre, el ser humano puede ser tan impredecible...

—Cállate —exigió su verdugo a la vez que lo obligaba a colocarse de rodillas—. No tienes derecho a juzgar nada.

El silencio formó parte de la atmósfera durante ese momento. No había más sonido que el de la muerte inminente que camina entre los espectadores. El silencio absoluto, que no ha sido interrumpido por nada hasta que el verdugo habla: —¿Tienes unas últimas palabras? ¡Vamos, te dejaré decirlas!

Raphael abrió los ojos. Sabía que esa era la oportunidad perfecta para disculparse con todos, para pedir perdón por los daños que ocasionó. Tenía la oportunidad de obtener algo de piedad de al menos uno, pero su naturaleza se lo prohibió.

Sus palabras no sólo hicieron que se ganara más odio del que ya tenía merecido, sino también fue caracterizado como un «ser sin sentimientos ni emociones», pero ¿cómo evitarlo? Había cambiado por alguien que ya no estaba en ése mundo, que se había ido sin siquiera despedirse.

Prácticamente... volvió a cambiar.

Era diferente, de hecho, al anterior Raphael O'Neal. Ya no era más un hombre avaro, egoísta y soberbio; era un cínico. Había creído que hablaba con su colega, Michael, cuando en realidad estaba hablando con la pared.

E incluso, sus lágrimas no caían. No existían más, y nunca más saldrían de sus ojos.

Su corazón se quedó vacío, su mentalidad se fue por el caño.

Y con el mismo cinismo del que se habló antes... Raphael O'Neal, como sus últimas palabras, pronunció:

—Compren mis libros, me haría muy feliz.

Segundos después, su cabeza rodó por el suelo...

Literalmente.

Las razones de mi triunfo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora