Capítulo 11. Sigo siendo yo.

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Juro que he pasado una hora y media observando el vestido de tela negra y la pequeña nota que vino de acompañante, la frase grabada en el papel revela el autor del detalle, pero no el por qué.

«Los destellos como tú no deben ser opacados por lo desagradable.»

Darren. Sin duda fue obra del chico rubio ojiazul, pero no entiendo la razón. Recuerdo perfectamente que mencioné al feo vestido azul el sábado en la tarde en aquella absurda «convivencia familiar» al estilo programa de trivia, ¡pero nunca que necesitaba otro!

Y ya hace siete días desde esa extraña tarde familiar. ¿Cuánto tiempo lleva ese vestido colgado en el armario?

Frustrada, tomo la nota situada a los pies de la cama. Regresé aquí porque Sophie quiso ver mi vestido para esta noche, incluso inventé una excusa para no venir, pero ahora es otra cosa.

Vuelvo a mirar el vestido por lo que parece ser la décima vez. No es feo, pero tampoco precisamente mi estilo. Me llega un poco más abajo de la mitad del muslo, la falda plisada del vestido comienza justo por la cintura y su escote, a pesar de no ser de mi agrado, oculta lo necesario. Tiene mangas hasta las muñecas adornadas con pequeñas estrellas. Es elegantemente casual.

En una acción involuntaria de mi sistema autónomo, me cambio de ropa para probármelo. Me deshago de mi jersey y mis vaqueros para luego enfundarme en el vestido.

-Demonios -digo para mí misma. La tela se adapta perfectamente a mi cuerpo sin ningún problema, acentúa correctamente cada parte, me hace lucir... bonita.

-¿Lucy? -La voz de Sophie se escucha detrás de la puerta, cosa que me saca de mi repentino ensimismamiento-. Voy a pasar

-¡No!

Tarde. El chirrido de la puerta avisa la entrada de la trabajadora social, quien al verme con el vestido amplía su expresión sorpresiva en una sonrisa de placer.

-¿Que no te gusta? ¡Pero si te ves preciosa! -chilla emocionada, acercándose sin despegar su mirada de mi anatomía-. ¿Luce?

-¿Sí?

-¿Ahora eres daltónica? -pregunta, observando con preocupación mi rostro, toma mis mejillas entre sus manos y comienza a mover mi cara en varias direcciones, fijándose en mis ojos.

-No. ¿Por qué?

-Porque el vestido es negro y tú el sábado dijiste que era azul.

-Y era azul, éste es... -dejo las palabras, mirando hacia la tela negra.

-¿Sí? -Me presiona para que siga.

-Este me lo ha traído Darren -suelto sin pensar, sincera y sin anestesia. Espero que Sophie se muestre sorpresiva o curiosa por lo que le he dicho, sin embargo, una sonrisa es su respuesta.

-Entiendo -Ella asiente antes de dejarme libre de su escrutinio y dar dos pasos atrás para verme mejor.

-¿Quieres que te maquille un poco? -pregunta y me quedo pensando.

Nunca uso maquillaje, no soy fanática de los polvos que envejecen la piel, de esas máscaras de pestañas que luego te manchan los ojos cuando te las quitas, ni de los labiales glass que parecen un pegoste aceitoso en los labios. Pero confío en ella. Sé que no me veré exagerada ni miraré a una persona desconocida cuando me refleje en el espejo.

-Sí -asiento. Ella sabe que esto es importante, que es la primera vez que le digo que sí a maquillarme un poco. Siento este momento como un progreso a esa promesa que le hice tanto tiempo a mi madre, siento que cumplo esa parte de «ser feliz».

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