Capítulo 8. Conexión.

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Dedicado a @Jerafina

Una sonrisa aparece en sus labios cuando me ve entrar. Como reflejo, cruzo mis brazos en mi pecho antes de que la molestia recurrente de mi ser haga su aparición.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto con fiereza.

—Visito a un amigo, ¿tú? —Sus endemoniados hoyuelos salen a la vista.

—No es tu problema —digo y corto la conexión de nuestros ojos. Dejo caer mi mirada en la mesita de noche al lado izquierdo de la cama y me muerdo el labio inferior, sintiendo la rabia disiparse. Tomo un largo respiro.

—No te ves bien, lucecita —musita Darren, preocupado. Retrocedo un poco.

—Ya te he dicho que no es tu problema. —Con el temblor de mi voz, los sollozos comienzan a inundar mi garganta, un nudo de opresión se forma en mi pecho y comienza a faltarme el aire.

Estoy agradecida, pero quiero llorar por todo el tiempo que me ha sido arrebatado, por los secretos que me fueron ocultados por tanto tiempo. Llorar por esa pequeña niña de diez años que solo quiso ser feliz y cumplir su promesa, por mí, por mi familia, William... pero no me gusta hacerlo en frente de alguien, por lo que me doy la vuelta para irme a otro lado antes de que el agua salada se resbale por mis mejillas.

Antes de poder cruzar el umbral, unos brazos fuertes acunan mi cuerpo. Darren, quien a mis ojos parece un chico que se cree superior a los demás, me abraza como si el mundo se fuese a acabar y mi espalda contra su pecho cálido fuera la única forma de sobrevivir.

Ahogo los sollozos pero, a consecuencia, mis extremidades comienzan a temblar y si no fuera por los brazos del ojiazul ya estaría en el piso.

—Está bien, lucecita, no llores —me consuela con la voz más tierna y llena de miel jamás escuchada. Sus súplicas son suficientes para que mi cuerpo deje de temblar, los sollozos se debilitan, al igual que el nudo de mi pecho se ha disipado.

—Déjame sola —digo con la voz más firme que logro y entonces retira su agarre.

Hago una mueca cuando el calor de su pecho se transforma en viento frío.

Doy media vuelta para encontrar los ojos de Darren, pero no me ven a mí, sino al el piso alfombrado que antes no había notado. Su mandíbula está apretada y tiene una expresión que confirma que está a kilómetros de aquí. Oh, no, lo he herido. De repente una presión en mi pecho me hace arrepentirme por haberle hablado así.

Sintiendo el extraño espacio del vacío, me acerco a él hasta rodear su pecho con mis brazos. Intento —varias veces— unir mis manos en su espalda, pero fracaso. Soy muy pequeña y él muy grande.

Darren vuelve de sus pensamientos y se da cuenta de lo que intento hacer. Una risa burbujeante resuena en su pecho. Rayos, le he dado material para burlarse de mí por intentar consolarlo. Excelente.

—¿Qué haces, linda? —cuestiona con voz dulce. Sonrío por cómo me ha llamado, pero la borro rápidamente. 

—Me dio pena tu cara «un camión pasó por encima de mi juguete favorito» —rio por mi broma, pero no oigo respuesta por parte del chico. No además de acunar mi cintura con sus manos.

—¿Te gusta estar sola?

Su pregunta me invade de sorpresa, pero la reprimo cuando me recuerdo que le pedí que me dejara en la soledad.

Sin saber cómo responder, evado su pregunta:

—¿A ti te gusta?

Sonríe. Una sonrisa ladeada. No es arrogante ni insolente y hace que mi corazón lata de prisa.

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