Capítulo 2. Lucecita.

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Cuando entro al salón de literatura, tomo asiento en unos de los puestos vacíos de adelante, mientras la mirada del profesor Welch me sigue.

—Buenos días, alumnos, supongo que leyeron el libro que les mandé en el lapso pasado, ¿no? —pregunta el profesor, llamando la atención de todos los estudiantes.

—¿Por qué deberíamos leer en vacaciones? —pregunta uno de los alumnos en el fondo de la clase mientras los demás ríen.

El profesor está a punto de responder, pero un golpe en la puerta lo interrumpe y silencia a todos.

—Permiso —se disculpa la voz grave de un chico mientras entra al salón.

Me limito a no prestarle la mínima atención al chico que acaba de llegar al salón veinte minutos después del inicio de la clase.

—¿Quién es usted? —pregunta la voz ronca del profesor.

—¿Esto es literatura? —El profesor asiente—. Soy Darren Cloud, perdone por llegar tarde a clases. Soy nuevo y nadie se ofreció a guiarme hasta aquí. —Y entonces me doy cuenta de que es el chico con quien me había tropezado en la mañana. Rayos.

Clavo mi mirada en él y nuestros ojos se encuentran. ¿Cómo es que sabía que estaríamos en la misma clase? ¿Es un espía o algo por el estilo? Frunzo el ceño en un claro intento de demostrarle mi disgusto, pero eso solo le hace sonreír.

—No debe preocuparse, señor Cloud, por favor, pase.

Los murmullos toman protagonismo sobre el silencio, las chicas sueltan risitas mientras los chicos ponen los ojos en blanco con muecas de fastidio.

—¿En dónde debo sentarme? —pregunta el rubio mirando el puesto vacío a mi lado con una sonrisa torcida.

Oh, no.

—Al lado de la señorita Baker estaría bien —indica el profesor, señalando el lugar a mi lado sin mucho interés.

No, no, no.

Asiente y camina hacia mí con paso firme, pero lento, cono alargando mi tortura.

—¿Puedo sentarme, señorita Taylor Swift? —cuestiona él con voz burlona.

Lo fulmino con la mirada.

—Preferiría que no, pero no hay de otra.

Sus comisuras suben hacia el cielo y se sienta a mi lado derecho, prestándole la más mínima atención a la clase porque solo me mira a mí. Su atención me incomoda y me remuevo un poco en mi asiento para ignorar el nerviosismo de mi estómago.

—Deja de mirarme.

—¿Te molesta? —Sonríe revelando un hoyuelo que no había visto antes.

—Mucho.

—Lástima —dice y rasca su barbilla—. Todavía no me has dicho tu nombre.

—Eso no te importa.

—Claro que sí. No tengo amigos aquí y tú tienes... no sé, algo, Baker.

—Aléjate de mí, no quiero conocerte ni ser tu amiga ni nada por el estilo.

—¿Por qué?

—Porque no quiero.

—Lástima que tenga suficiente voluntad para ignorar tu petición —le escucho decir y es lo último que dice durante el resto de la clase.

El timbre de salida suena una hora y media después y me apresuro a tomar todas mis cosas. Salgo del aula a paso apresurado para no toparme con Maggie y su grupo de magsbaratas, las chicas con las que peor me las llevo. Nunca me han molestado ni acosado, es solo un acuerdo mutuo de no soportarnos.

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