Polos opuestos

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Amar de Lejos

Capítulo 7

Polos opuestos

El lago era inmenso, tanto que desde una orilla no se alcanzaba a vislumbrar la otra, las embarcaciones con turistas surcaban sus aguas durante todo el día y no eran pocos los que acampaban en los alrededores, más aún en la época estival.

Los mosquitos lo fastidiaban, pero la calma que le producía ese lugar era superior a ellos. Miró al hombre que estaba sentado a su derecha, un sujeto de sesenta y tantos años, gordinflón y parcialmente calvo, de rostro jovial y personalidad alegre. Giró hacia la caña de pescar frente a él, el hilo estaba flojo, signo de que nada había picado el anzuelo todavía. Los grillos comenzaron a hacer ruido, el sol ya se había hundido en el horizonte, y el profesor de Pociones, absorto, contemplaba el panorama.

Solía ir allí a pescar en sus vacaciones de verano con Roger y los amigos de éste, permanecían por horas sentados en sillas de madera acojinadas, bebían unas cuantas cervezas y conversaban de cualquier cosa. En esta ocasión, sólo se hallaban Severus y el otro hombre, mirando distraídamente el lago, cada uno con una lata en la mano. El sonido del agua resultaba sumamente relajante.

Estuvieron así unas cuantas horas, bebiendo y cruzando breves y triviales palabras. Varias veces recogían las cañas de pescar para corroborar si algo había caído, pero se acercaba la noche y no tenían botín. En realidad, Snape no estaba del todo concentrado en ello, tenía un gran lío armado en su mente como para interesarse en otras cosas. Y es que no paraba de pensar en ella, en la última vez que hablaron, en cómo se miraban nerviosos después del beso... en el beso y todas las confusiones que le acarreó. Se preguntaba constantemente qué estaría haciendo, o si era correcto enviarle una lechuza para invitarla a su casa. Ella había parecido dispuesta a aceptar una invitación, pero ahora no se sentía tan seguro, así que no lo hizo y tampoco tenía planes de hacerlo en un futuro próximo.

Se despidieron una vez que oscureció por completo y cada uno se apareció en su casa (sus nuevos amigos eran magos también). Severus estuvo un buen rato paseándose por la cocina y la sala, debatiéndose si debía ir o no a comprobar la correspondencia en el buzón. Llevaba, más o menos, un mes así: esperando una carta que no sabía si quería recibir en realidad. Salió al pórtico a tomar un poco de aire. Muchos árboles bordeaban su propiedad, el césped era de un verde vivo. Su hogar era modesto, una casa de madera de una planta con un dormitorio y un baño, era acogedor y se acomodaba perfectamente a sus necesidades. Pese a que el jardín delantero no era la gran cosa, tenía cerca grandes parques por los que podía pasear cuando se aburría de estar encerrado.

Los fines de semana se juntaba con Roger, Bernard y Harold a jugar a las cartas (aunque en verdad era una excusa para destapar un whisky) y algunos días en la semana salían de pesca, pero ellos tenían familia, de modo que Snape pasaba solo la mayor parte de su tiempo. Eso no lo hacía sentir mal, sin embargo, no eran pocas las oportunidades en las que lo asaltaba la loca idea de tener a Hermione a su lado. La soledad no era su enemiga, disfrutaba de sus momentos a solas, y, aun así, se deleitaba ante la imaginación de que ella lo acompañara. Pero era una locura. Ella jamás estaría ahí de la forma en la que él deseaba.

Y él quería dejar de desear que ella estuviera ahí de esa forma.

Era algo irremediable.

Los días fueron lentos, un poco tortuosos, todos se le antojaban iguales. Se pasaba horas y horas en el pequeño laboratorio que había montado en su sótano, intentaba crear nuevas pociones y mejorar las existentes. Por supuesto que obtenía resultados positivos, él era un pocionista experimentado, pero nada de lo realizado lograba satisfacerlo como esperaba. Era como si, dentro de su cuerpo, hubiera un enorme hueco que no podía terminar de llenar. Sentía persistentes punzadas en la boca del estómago, sensación que se incrementaba conforme se acercaba el momento de volver a Hogwarts.

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