VII

26 2 0
                                    

Las calles estaban desiertas, como si nadie viviera en tantas casas.

Cristopher tampoco había ido a mi casa hoy. Ni Santiago. No soy su vida, pero es algo raro...

Al llegar a la comisaría, los policías estaban comiendo, así que, en pocas palabras, nos mandaron a la fregada.

- Diablos... - Mi rostro comenzó a contraerse un poco, queriendo llorar. -, ellos deberían ayudarnos, es su trabajo...
- Es verdad, pero si fuera yo, haría lo mismo...

Cerré el puño y comencé a caminar más rápido.

Fuimos directamente a casa de mis tíos, donde trabajaba.
En la calle se lograba escuchar aún gente que tosía, de manera grave.

Ya estaba oscureciendo.

- Ehh... Odio tener que decirte esto, pero debo irme; se hace de noche... - Mónica era mayor que yo dos meses, aunque su altura la hacía parecer dos años menor que yo. Se veía lindamente pequeña.

La casa de mi tío era, de alguna manera, extraña. Cubierta por madera por el frente, contando una puerta chirriante donde, al entrar, está la máquina con la que trabajaba para hacer tortillas.

Toqué la puerta.

Nadie abrió.

- ¡Abran!, ¡Por favor!...

Nuevamente toqué la puerta.

Pero nadie vino.

- José, perdón, pero yo...

Golpes comenzaron a sonar desde dentro, golpes sordos.
Gritos crudos, de un adulto, de niños... Eran tan lejanos que apenas se escuchaban.

Ambos nos quedamos pasmados, tiesos como una roca. De repente, todo se calmó.

Nos miramos mutuamente, nerviosos; mirábamos la puerta que tenía una ventana tapada con una sábana desde dentro.

- Sabes... Creo que es mejor... Mejor que... - Mónica no terminó su frase cuando los golpes, sonidos y gritos comenzaron a ser más fuertes y cercanos; la máquina con la que trabajaba daba sonidos metálicos, los gritos se volvían más fuertes...
Y un sonido más, un sonido infernal venido desde la garganta del abismo sonaba con estruendo.

Mónica tomó mi hombro lentamente.

- Es mejor que nos vayamos de aquí... - Dijo ella, ahogando gritos de miedo.

Los golpes no paraban, en paredes y las máquinas, cosas se estrellaban ahí dentro.

Luego, el vidrio tapado por la sábana, se rompió desde adentro, saliendo sus restos hacia afuera hechos añicos. Casi golpeándonos.

Retrocedimos sin dejar de ver la puerta.

Unos ojos de mujer extrañamente desalmados se asomaron por la ventana, como un ardiente deseo, y nos quedó viendo.

En ese infinito segundo, sentí la como la palidez recorría todo mi cuerpo, me hacia sentir recortado y temblaba; estaba hecho una roca frente a esos ojos sucios.

Se fue.

Nosotros, casi abrazados, temiendo, nos vimos a la cara.

Nos soltamos sin dejar de vernos.

- Jeje, creo que fue una pelea nada más... - Antes de finalizar el comentario, la puerta de madera literalmente explotó con un golpe.

Los dos retrocedimos, asustados, pegando un grito.

Un cuerpo cayó al suelo viniendo de esa oscuridad que acurrucaba lo peor.

Mónica y yo nos quedamos viendo el cadáver desfigurado y desangrando en el suelo; pálidos y temblando.
Mónica comenzaba a sollozar.

Ese panorama me recordó a Tatiana, en la bañera...

Una lágrima tibia recorrió mi mejilla.

Desde dentro, los mismos ojos fugaces y horribles que nos vieron por la ventana, cubiertos por la oscuridad nos veían.

El grito de Mónica rompió todo el asunto y me hizo despertar de esa parálisis... Pero a eso que estaba dentro también.

- ¡¡¡CORRE!!! - Mónica arrancó a correr.
- ¡A la mierda! - Corrí de ello que nos veía y de lo que probablemente en otro tiempo fue mi tío.

Salió de la puerta, con rapidez, el rostro desfigurado de una mujer, mi tía. Se parecía a mi madre, aunque mi tío era su hermano; el parecido solo se debía al desfiguramiento del cuerpo y rostro.

No parecía que alguien saldría a nuestro auxilio. El producto de una enfermedad comenzaba a perseguirnos con unos dientes enormes y filosos como navajas.

PANDEMIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora