Capítulo III: Taehyung

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En la puerta de entrada de mi piso cuelga un cartel que dice: Maison de ma vie. «La casa de mi vida». Es de hierro forjado pintado en blanco, oxidado por el tiempo. Lo hallé hace unos años en un mercadillo de antigüedades. Quien me lo vendió me contó que lo mandó hacer una noble dama francesa hacia finales del siglo XIX. A veces me gusta imaginar que yo también he sido parte de la nobleza francesa en una vida anterior. En otro caso, no se explicaría mi pasión enfermiza por una ciudad que jamás he visto: París.

Francés es el estilo que he escogido para mi casa.  Algunos muebles salen de casa de la abuela, pero fui yo quien los eligió con papel de vidrio para otorgarles cierto estilo rústico.

La cama de Soonshim es una cuna de hierro forjado de principios de siglo, oxidada y también sacada de un rastro. Antes la obligaba a dormir en ella por razones puramente estéticas, porque me gustaba la idea de verla tumbada en una cuna antigua. Qué tonto he sido. Por suerte Soonshim acabó encontrándole el punto y ahora no hay quien la aleje de la cuna.

La última pieza antigua, la más preciada, es la bañera con pies, de 1912. Como no entraba en el baño la puse en el comedor, delante de la ventana, y le pedí al fontanero que consiguiera que le llegaran todas las tuberías necesarias, agua caliente incluida. Lo increíble es que ahora mientras me baño puedo ver al mismo tiempo la estación de autobuses y la tele. Mi madre, cuando la vió, me dijo que no tengo remedio y que de haberlo sabido antes habría puesto la casa del abuelo en alquiler.

En las paredes del comedor y de la pequeña cocina azul hay una secuencia ininterrumpida de carteles de películas francesas de los años cincuenta y setenta. Sobre el sofá de la sala de estar, perfectamente visible desde la bañera, campea la reproducción tamaño gigante de la inolvidable fotografía El beso del Hôtel de Ville. El beso que un día le daré al hombre de mi vida. Si llego a encontrarlo, ese día le haré vestir la misma chaqueta que el personaje de la foto. Entonces, justo delante del Hôtel de Ville, que a decir verdad no tengo la menor idea de dónde queda, él me besará y yo fingiré que me pilla desprevenido, obligando naturalmente a un peatón a registrar el momento para la inmortalidad en una foto. Y entonces ése será Mi beso del Hôtel de Ville, y lo enmarcaré y colgaré donde ahora está el original, para ofrecerlo en bandeja a la envidia del mundo.

Volviendo a la decoración, el dormitorio es sin duda la mejor habitación de la casa, de la que más orgulloso me siento

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Volviendo a la decoración, el dormitorio es sin duda la mejor habitación de la casa, de la que más orgulloso me siento. Cada pared representa un punto de vista diferente: sobre la cama, por ejemplo, campea la Torre Eiffel. De hecho, cuando voy a dormir es un poco como si subiera en un helicóptero suspendido sobre la ciudad. Algo exclusivo. La mayor parte de las personas que han entrado en esta habitación, Hoseok incluido, han tenido la impresión de padecer vértigo.

Todavía falta una habitación por mencionar, una habitación que ya está vacía, ya que todo lo que en ella importaba ha sido retirado. Era la habitación de Hoseok, mejor dicho, el lugar en el que dormíamos juntos cuando él se quedaba por la noche. Aquí estaban sus cosas, su ropa, su olor. De vez en cuando abro los armarios vacíos y respiro a pleno pulmón, esperando sentirlo otra vez, ese olor inconfundible, una mezcla de pienso, canarios, tabaco y champú de ortigas. Tiene razón Hyerin, tengo que volver a tomar el control, no puedo deshacerme por un tonto que vende animales.

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