―Bueno, vayan a tomar sus habitaciones y bajen con ropa cómoda, recuerden que un día antes de noche buena hacemos algo especial.
Maggy mordió su labio inferior, negando repetidas veces, su padre rió entre dientes. Él lo haría de nuevo y ellos no tendrían escapatoria.
― ¿Qué cosa?
― ¡Haremos la carta a Santa Claus! ―chilló rompiendo en carcajadas, sus hijos se miraron y negaron repetidas veces ante aquella tradición de su padre. A la mañana de noche buena solían tener lo que habían pedido, Margaret solía encontrar las muñecas que quería o los libros, pero no el amor que pedía al final. Esa tradición dejó de ser especial hace dos años porque vio lo tonta que se veía; dejó simplemente de creer en la magia de noche buena.
Su padre la había inventado cuando Maggy había descubierto que Santa Claus no existía, así que la hacía escribir una carta y ponerla en un pomo mágico, que según él, hacía aparecer las cartas con Santa y él le traía lo que ella pedía. La tradición seguía y ahora no solo sus hijos escribían una carta, sino también sus pequeños nietos.
Maggy apretó el puente de su nariz y se puso de pie siendo seguida por su hermano que llevaba su maleta. El amplio pasillo era iluminado por un ventanal y este estaba abierto dejando entrar aquella frescura del campo. Ella sonrió viendo la puerta al final del pasillo, una con machas de pintura y que tenía escrito: El extraterrestre de Omar no puede entrar.
―Estabas muy enfadada conmigo, recuerdo que fue porque me robé tu libro y se lo regalé a una novia. ―Omar lo señaló cuando ella abrió la puerta y recibió un golpe del pasado―, estabas molesta, aun puedo recordar aquella mueca que ponías cuando me veías, parecía que estabas comiendo limones.
―Fuiste muy estúpido, yo amaba ese libro.
―Lo sé ―susurró, dejando la maleta en el sillón. Ella se quitó los zapatos lanzándolos lejos, descalza caminó por toda la habitación hasta que se detuvo frente a la imagen de Jason que estaba ahí―, pero me perdonaste cuando te regalé esa imagen, ¿sigue gustándote?
―Ahora sale en una serie policial y es el sargento Hank Voight, todos los martes estoy sentada frente al televisor para verlo. Está muy guapo, mucho más.
―No puedo creerlo. ―Rió entre dientes dejándose caer en la cama esponjosa, Maggy sonrió moviendo las cejas de arriba abajo enseñándole una foto de él que tenía en su celular―, ¡Pero está viejo! ¿Tiene sesenta?
―Cincuenta y siete, hermanito, pero eso no impide que lo ame con locura ―respondió quitándose la chaqueta. Suspiró y se sentó al lado de él disfrutando aquella tranquilidad y frescura. Ella siempre había sido muy unida con Omar, ya que un año después de su nacimiento llegó él siendo la estrella de la casa por ser hombre, ella estaba pequeña y muchos pensaban que eran mellizos por su gran parecido.
Las primeras palabras de Omar fueron «Mag» y desde ahí nunca se separaron. Iban juntos a ver a su padre ordeñar a las vacas, iban a darle de comer a las gallinas y acompañaban a su padre a la chacra. Hacían todo de la mano, incluso jugar a las muñecas aunque Omar terminaba molesto porque él hacía de policía y nunca tenía un papel importante. Cuando llegaron sus hermanas, ellos debían de cuidarlas mientras su madre cocinaba o lavaba, dejaron de ir a las chacras por cuidar de sus hermanas, pero cuando todos dormían, ellos se escapaban y se quedaban acostados en las esteras por horas viendo el cielo. Ella realmente echaba de menos esa época, aquella donde fue feliz sin saberlo.
―Ponte algo cómodo e iremos a la chacra ―dijo su hermano poniéndose de pie, ella frunció el ceño―, hay que divertirnos antes de que nuestra madre ocupe nuestro tiempo. Te espero en el corral de los chivos, abriré la puerta y sacaré uno de los caballos.
―Ya nos somos niños, Omar.
―Pero seguimos siendo los mellizos traviesos, ¿recuerdas eso? ―Ella rió cuando lo vio salir. Se mantuvo en el mismo lugar por largos minutos hasta que escuchó el grito de su hermano en la habitación vecina, ella se puso de pie sacando ropa cómoda de su maleta. Recogió su cabello en una coleta y cuando estuvo lista salió de su habitación con cuidado de que sus padres no la vieran. Se detuvo cerca de la cocina cuando escuchó voces, era la única salida para llegar al corral, maldijo internamente y se asomó viendo a sus padres hablar.
―¿Quieres engordarnos, mujer? ―bromeó Emiliano cuando su madre sacó del horno una pequeña torta, ella sonrió abiertamente deteniéndose.
―Tengo a mis hijos y nietos aquí, ellos deben comer muy bien. Seguro Maggy y Omar comen cosas feas en la ciudad, ¿les caería mal un buen plato de sopa o un sudado de pescado?
―Ya lo sé, mujer, pero debes recordar que ellos ya no son niños. Me hiciste matar una cabra y ahora estás haciendo mucha comida, descansa, mi amor. ―Emiliano se giró encontrándose con los ojos de su hija, él le guiñó un ojo para después girarse y abrazar a su madre. Maggy sonrió queriendo capturar ese momento, pero sabía que si no llegaba su hermano empezaría a gritar, se apresuró a cruzar y salir en dirección al corral. Se sorprendió al ver tantos animales ahí, chanchos corriendo de un lado a otro, pavos arriba de los bancos y pollitos corriendo de un lado a otro. Los caballos estaban para el lado izquierdo mientras que los burros al lado derecho, y en el centro las vacas. Sus padres era uno de los que más animales tenían, cada quince días las carnes estaban a la venta, la leche fresca y los sábados el requesón y el queso.
―¡Apura, Maggy! ―Su hermano gritó, ella corrió hasta él, Omar tiró del caballo y abrió la puerta trasera invitándola a salir. Ella se puso las gafas de sol y salió ayudando a su hermano a sacar el caballo. Cuando estuvieron afuera volvieron a cerrar la puerta y Omar la ayudó a subir al caballo―. Vamos, tenemos dos horas para volver y que nadie se dé cuenta de que nos fuimos.
―Que inocente eres, marcianito ―bromeó ella sabiendo que en menos de diez minutos su madre se daría cuenta que ambos no estaban. Omar tiró de las correas del caballo y al instante se pusieron en marcha en dirección a la chacra. Ella se sostuvo de su hermano y enterró su rostro en su espalda sintiendo la tranquilidad que buscaba. Él reía recordando las anécdotas, las mañanas calurosas donde se escapaban y subían a una carreta para que los llevaran a los ríos de la Huaca, las tardes sentados en la plaza por horas, esos días tan hermosos que hacían sentirte en el propio paraíso.
No tardaron mucho cuando se vieron envueltos entre árboles, los ancianos regresaban en sus carretas y los miraban con curiosidad, pocos los reconocieron, pero los que sí los reconocieron se reían diciéndoles «los mellizos endemoniados». Omar reía y Maggy sonreía apenada por todas las diabluras que hicieron de niños. Ella miró alrededor cuando vio que la velocidad del caballo disminuyó, supo que estaban llegando a la chacra de su padre.
A lo lejos pudo escuchar unos gritos y luego carcajadas de niños, ella se giró y observó a un hombre que reía en el suelo mientras dos pequeños carcajeaban, después salieron corriendo y el hombre los persiguió. Ella no entendió por qué su mirada no se alejó de él.
―¿Quién es él? ―No recordaba que en las chacras hubiera niños, salvo un pequeño que siempre estaba pegado al señor.
―Es de los Rivera ―señaló su hermano―, el pequeño era Arturo, un niño llorón. Él mayor es Luke.
―No sabía que la señora Rivera tenía un hijo mayor.
―Es hijo del señor Juan Luciano, de su primera esposa. Él vivía en la ciudad, pero cuando enviudó se vino acá y desde entonces se hace cargo de la chacra.
―Nunca lo había visto, ¿y la pequeña Grecia?
―Casada, hasta donde tengo entendido ―finalizó, ella fijó sus ojos en aquel hombre que seguía riendo, él se quitó el gorro y su cabello revuelto cayó en su frente ocultando su rostro. Ella se encogió de hombros bajando del caballo con la ayuda de su hermano, miró alrededor y sonrió corriendo en dirección al río, se quitó los zapatos y el gorro lanzándose al río y tras de ella su hermano.
Margaret reía haciendo competencia de clavados como si fueran chiquitos, estuvieron ahí por largo rato hasta que lentamente el sol se escondió. Ella bostezaba pegada a la espalda de su hermano de regreso a su casa. No cambiaría esas horas aun cuando sus padres los esperaban para gritarles por haberse ido sin avisar.
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UN DESEO POR NAVIDAD (TERMINADA)
RomantiekCuando naces en un pueblo y vives ahí es muy difícil salir adelante, estudiar una carrera o en todo caso ser independiente es complicado, el éxito es casarse y atender bien a tu marido, quien se casa es una mujer con mucha suerte, quien se casa es t...