Cuando naces en un pueblo y vives ahí es muy difícil salir adelante, estudiar una carrera o en todo caso ser independiente es complicado, el éxito es casarse y atender bien a tu marido, quien se casa es una mujer con mucha suerte, quien se casa es t...
―Llevo vestido, majestad, no puedo subir ―expuso con voz temblorosa, él asintió inclinándose para pasar sus manos por su cintura, ella se sobresaltó y él negó. La levantó y la sentó en el lomo del caballo. Ambos se miraron, pero el grito del guardia hizo que dejaran de verse. El rey asintió y subió al caballo con ella, pegó su pecho a su espalda y la abrazó permitiéndole que escondiera su rostro entre su cuello.
El guardia y amigo del rey sonrió cuando lo vio verla y sonreír tontamente, hace mucho que no veía aquella sonrisa en Lucían, él siempre había sido un hombre feliz y lleno de vida y aunque después de la muerte de la reina él había seguía mostrándose fuerte; su sonrisa había cambiado. El rey lo conocía desde que ambos eran niños, eran tan amigos que cuando él se convirtió en rey le dio a León todo el poder de cuidarlo, le confió su vida y la de los suyos. Lo conocía tanto que podía asegurar que el rey se estaba enamorando.
El rey caminó a su lado, llevando las manos tras suyo y viéndola cada vez que ella pasaba sus dedos por su cabello ocultando su sonrojo. Más se acercaban y ella quedaba fascinada con el puente de madera viejo que tenía grabado símbolos de leones y osos, cuando el caballo del rey se detuvo ella pudo inclinarse y rozar sus dedos contra la piel fría donde yacía un león blanco y abajo el nombre del rey. El grito de uno de los hombres de Lucían la hizo alejar sus manos y levantar la mirada al ver aquel imparable reino, tan grande y tan hermoso como aquellos que describían en los libros de fantasía. Las puertas marrones tenía el símbolo de una ave y encima suyo una espada hermosa, aquel símbolo que los guerreros llevaban en sus pechos con orgullo. El portón fue abierto y ella se vio envuelta en grandes árboles alumbrados por lámparas pequeñas que daban la bienvenida a los recién llegados. Cuando entraron al reino Lucían pudo notar que los preparativos por la fiesta de noche fría no estaban listos, los pobladores corrían de un lado a otro preocupados y los niños prendían velas a la pintura del rey. Lucían sonrió viendo la pintura, ahí se veía más joven y sin algunas arrugas que ahora llevaba, sin duda alguna se veía mejor de lo que ahora estaba. Cuando el rey entró al campo de visión de todos; ellos soltaron un suspiro y se pusieron de pie de inmediato. Maggy retrocedió cuando vio a todos acercarse y él, esbozó una sonrisa sosteniendo su cintura sin percatarse.
―Estoy bien, estoy bien ―repitió el rey, abriendo los brazos cuando su hijo Hudson se lanzó a sus brazos y lo apretó con fuerza. El rey se inclinó y besó la mejilla de su hermana y la frente de su padre, su hermano soltó el aire contenido y golpeó su hombro con suavidad seguido de su padre―. Estamos bien, no tiene por qué preocuparse, yo no me perdería en mis tierras. ¿Qué esperan? en poco tiempo será la gran celebración y nada está listo. ¡Vamos, hay que celebrar que la noche Fría ha empezado!
Hudson se inclinó hacia Margaret y el príncipe Arthur le tendió su abrigo al igual que sus padres. Todos se adelantaron y el rey fue el último en entrar al reino. Él se fue directo a su habitación para darse un baño de agua caliente y alistarse para la gran fiesta y banquete. Él estaba seguro de que Margaret caería rendida a los brazos de Morfeo, y aunque tenía ganas de verla ahí, disfrutar y ser portador de sus sonrisas; no podía obligarla.
―Ya está listo, majestad. ―Lucían asintió entrando a la pequeña habitación para después despojarse de aquella ropa sucia y húmeda. Pasó sus dedos por su cabello y luego se sentó en la tina mientras se echaba agua en el cuerpo con lentitud, disfrutando del baño y de cómo sus hombros dejaban de estar tensos. Minutos después salió de la tina caminando hasta su cama donde ya estaba su ropa blanca preparada para la ocasión.
Se cambió, cuando estuvo listo terminó peinándose y por esa vez no usó corona, esta vez, él era uno más del pueblo y de su gente. Arregló su traje y luego salió con dirección a la sala donde esperaba su familia para salir todos juntos. Arthur, como siempre, hablaba sobre sus conquistas y la belleza que él tenía, su hermana reía y negaba mientras hablaba sobre los preparativos de su unión con el rey de Quino.
―Su majestad ―dijeron todos, él asintió tomando la mano de su madre con suavidad para después dejar un beso en su palma, hizo lo mismo con su hermana, miró hacia las escaleras con la esperanza de verla pero no apareció.
―Margaret es muy bella, ¿no es así madre? creo que ha llegado la hora de sentar cabeza ―señaló Arthur con media sonrisa en los labios, pasando sus dedos por la barba oscura que rodeaba su quijada. Lucían le miró con dureza obteniendo una sonrisa burlona de parte de su hermano.
―Señorita, Margaret ―lo corrigió el rey―, Arthur, no pierdas los modales.
―¡Nunca, su excelencia! ―bromeó, causando la risa de todos. Cuando Lucían dio la orden partieron para estar con el pueblo y celebrar la fecha tan esperada.
Las casas estaban con largas guirnaldas de papel blanco y dorado, los árboles que había allí estaban llenos de esferas brillando de luz y el centro estaba pintado por una flor abierta, dándole la bienvenida a aquella estación. El centro había sido limpiado dejando ante la vista de todos, el símbolo del reino, y en el centro del ave estaba una vela de color rojo demostrando respeto. Las risas de los niños calentaban los corazones en aquella época tan fría, sus risas traían esperanza. Los tronos de los reyes estaban arriba; blancos y brillosos. La música, la comida y los regalos alrededor, solo faltaban las palabras del rey para que todo iniciara.
―Cuando era pequeño amaba que estás fiestas iniciaran ―señaló el soberano con voz ronca y fuerte. Caminó hasta el centro llamando la atención de todos y ellos lo miraron sonriendo―, la libertad y la felicidad eran los ingredientes en estas conmemoraciones. Padre solía decir que éramos bendecidos, en ese tiempo no sabía a qué se refería.
»Ahora que soy rey, uno de hace muchos años, lo único que puedo decir es: Padre tenía razón, somos bendecidos, tenemos salud, alimento y un techo que nos protege de las grandes tormentas. Tenemos felicidad y lo más importante...
―¡Tenemos una familia! ―dijeron todos al unísono, Lucían sonrió orgulloso. Él juntó sus palmas e inclinó su rostro.
―¡Demos inicio a la noche Fría! ¡Por San Nicolás! ―exclamó el rey Lucían y toda la familia real se puso de pie.
―¡Por San Nicolás y por el rey! ―Él carcajeó, los pobladores aplaudieron para después encender las velas que rodeaban todo el pueblo, la música empezó a sonar y la pintura de colores fue puesta en el centro dando inicio a la celebración. Él rey se giró viendo como a lo lejos una silueta se acercaba con timidez. Él se puso de pie y se apresuró a llegar hasta ella encontrándose con aquellos ojos chocolate.
Ella vestía de blanco; como todos, pero sin lugar a duda se veía hermosa. Su cabello oscuro caía en sus hombros como cascada y en su cabeza descansaba una corona de rosas. El vestido era largo y sencillo, esta vez, como ella. Esa noche Maggy quería bailar y reír, quería hacerlo junto a Lucían.
―Permítame que le diga lo hermosa que usted está ―murmuró con voz ronca, ella esbozó una sonrisa viéndose así misma con uno de los vestidos de la princesa y hermana del rey. Era un sorpresa y por el rostro de Lucían sabía que lo había conseguido. Él se colocó a su lado y elevó su mano mirando al frente con una sonrisa en los labios, ella mordió el interior de su mejilla y levantó el brazo posando su mano con lentitud sobre la de él, manteniendo una distancia prudente―, muy hermosa.
―Majestad, usted logrará que parezca tomate.
―¿Está mal que le dé un cumplido?
―Está mal el efecto que causa ―murmuró ella y él carcajeó negando divertido hasta que llegó con su familia. Todos se saludaron y se sentaron en el centro viendo como todos bailaban y reían encantados, la pista estaba llena de pintura y aquella ropa blanca ahora tenía muchos colores.
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