EL ÁNGEL DE OJOS CLAROS (Parte I)

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Día dos.

El rey se mantuvo en su lugar observándola dormir. Ella mantenía una sonrisa en los labios y su cabello oscuro estaba esparcido en la cama adornando las sabanas doradas. Ella tenía una pequeña cicatriz en los labios y una joya bajo estos, eso los hacía más que perfectos. Él no pudo resistirse a la idea de ir a observarla a hurtadillas, quería verla dormir y que fuera él quien le diera los buenos días; quería detener el tiempo en aquellos momentos y también asegurarse de que las sonrisas cómplices había pasado y no era parte de su imaginación. Apenas y había podido dormir pensando en ella, en su voz y en lo que estaba provocando. Apenas y la conocía, apenas y sabía su historia pero él ya la estaba queriendo.

Había tardado en conciliar el sueño, él solo había estado pensando en cómo sus labios se movían, en como sus ojos se achinaban cuando reía a carcajadas. Le gustaba la manera en como inclinaba su rostro cuando estaba avergonzada, ella esquivaba su mirada y rascaba su oreja. Ella era adorable.

Cuando ella abrió los ojos dio un respingo encontrándose con sus ojos esmeraldas, él sonrió con las mejillas teñidas de rojo por el clima tan pesado.

―Fue inevitable no venir aquí, Margaret ―susurró sentándose a su lado, ella lo imitó y pasó sus manos por su cabello con vergüenza, él rió inclinándose para sacar algunas hojas de flores de su cabello―, eres muy hermosa.

―¿Es que acaso debo tener cuidado del rey?

―Sí, dicen que soy uno de los ladrones más buscados ―musitó inclinándose hacia ella―, puedo terminar robando tu corazón.

―Parecía ser un rey correcto y no uno que se mete a hurtadillas en la habitación de una invitada ―señaló entre risas, él ladeó la cabeza y apretó sus manos y soltó una carcajada, Maggy mordió su labio para no dejar escapar un suspiro, uno de enamorada. Él ni se esforzaba y terminaba cortándole la respiración. Ella estaba actuando como una adolescente que se enamora por primera vez.

Le gustaba la manera en cómo las tres líneas de su frente se remarcaba, al igual que las pequeñas líneas de sus ojos se marcaban cuando Lucían cerraba los ojos. Él parecía ser una obra perdida de Miguel Ángel, y aunque ya era un hombre mayor, la belleza seguía ahí, no se esforzaba y terminaba captando la atención completa de ella.

―Es que yo no tengo la culpa ―expresó el rey, soplando ante la mecha que caía en su frente, las demás estaban siendo retenidas por la corona que llevaba en su cabeza. Se inclinó y ella sujetó con fuerza las sabanas―, es usted la culpable por ser hermosa.

―No debería estar aquí, majestad, alguien puede verlo salir de aquí y pensar mal.

―Está bien, no voy a provocar que manchen su imagen ―murmuró poniéndose de pie, provocando que la capa roja que llevaba se moviera con sutileza, ella sonrió y él la miró encantado―, te veré abajo, tengo que mostrarte algo maravilloso de mis tierras, ¿estás de acuerdo?

―Me encantaría ir.

―Entonces la espero, Margaret ―susurró e inclinó su rostro, ella mordió su labio viéndolo salir y luego nuevamente la habitación en silencio quedó. Soltó el aire contenido llevándose las manos a las mejillas calientes y lanzó un grito como una niña de quince que se enamora del muchacho más guapo del colegio.

Pero es que en parte era así; él era el hombre más guapo que jamás había visto, era amable, atento y cariñoso. Era la mezcla de aquel hombre que por años había buscado y que ahora había encontrado en un mundo al que no pertenecía. Un mundo lejos de ser real.

A los minutos vinieron para ayudarla a cambiarse, ella cantó mientras se daba un baño de agua caliente, media hora después estaba bajando con un vestido blanco y un largo abrigo celeste que se amarraba en su cuello. Su cabello estaba suelto cayendo como cascadas en sus hombros. Cuando bajó se encontró con toda la familia, asintió saludando para después sentarse junto a Griselda, que la alagó y le sonrió afable; Arthur hizo uno de sus comentarios coquetos y el rey le sonrió desde su lugar.

―Se las robaré por unas horas ―señaló Lucían, viendo como Griselda reía a carcajadas por algo que Margaret había dicho, su hijo también sonreía y Lucían amó aquellos momentos, ya hasta parecían una familia. Cuando habló, todos giraron su rostro hacia él, fue Arthur quien con un movimiento de cejas logro avergonzarlo―, me gustaría enseñarle el bosque blanco, sé que le gustará.

―¿El bosque blanco?, ¿lo dices por la nieve?

―No, querida, el bosque es blanco ―comentó Griselda sonriéndole con cariño―, las hojas de los árboles son blancas y mágicas, con ellas muchas personas se han podido curar. Es un bosque encantado y protegido.

―Debí sostener mi cámara antes de venir aquí ―susurró Maggy poniéndose de pie. Se despidió de todos y caminó hasta Lucían que mantenía una sonrisa en su rostro.

―Señor, ya está el carruaje ―avisó Hemir, el rey negó viéndolo―, ¿majestad?

―Ensilla un caballo, Hemir, iremos solos para disfrutar.

―Excelencia, no puede ir a caballo, usted sabe lo peligroso que puede ser ―exclamó su madre, Arthur negó poniéndose de pie para llegar hasta donde estaba su hermano mayor.

―Madre, ¿no conoces a Lucían? recordemos que no siempre fue rey y que fue uno de los mejores en tropa, recuerda también que nadie en su juicio enfrentaría al Dios de la Espada ―bromeó con aquel apodo, Margaret lo observó confundida y Lucían negó restándole importancia. Hemir se alejó y a los minutos volvió avisando que el caballo estaba listo.

Lucían la ayudó a subir al caballo con cuidado, ella rió cuando la sostuvo de la cintura y él negó divertido. Por último el rey subió al caballo y tiró de las correas alejándose de ahí a paso lento. Griselda sostuvo la mano de su hermano mayor Arthur, sintiendo aquel calorcito de felicidad. Hace mucho no veía a su hermano tan feliz, hace mucho no veía aquel brillo en esos preciosos ojos.

― ¿Han visto como brilla Lucían?

―Nunca había visto esa sonrisa en papá ―contestó Hudson, siendo abrazado por su abuela―, ¿creen que ella sienta lo mismo?

―Ella también brilla, ella ha llegado a la vida de tu padre como un regalo atrasado ―Arthur se giró y entró, dejando a su familia afuera viendo a la pareja partir.

Lucían cerró los ojos cuando el cuerpo de ella vibró contra el suyo, ella estaba riendo a carcajadas ya que él había recordado las travesuras que hacía de niño con su hermano, ella parecía encantada al escucharlo hablar, parecía que no se aburría con su compañía.

―Creo que nos siguen ―murmuró Maggy viendo hacia atrás, el rey tiró de las correas y ella se asustó, apretó con fuerza sus brazos. La sonrisa del rey se esfumó y en más de una ocasión miraba hacia atrás asustado. Ella cerró los ojos y rezó el Ave María cuando escuchó los trotes detrás―, ¿por qué no escuchó a su madre? ¡Debimos venir en el carruaje!

Él mordió su labio inferior cuando se detuvo, la observó temblar y no pudo aguantar carcajearse a su costa. Maggy le miró confundida y echó una rápida mirada hacia atrás viendo como aquellos que los estaban siguiendo se habían detenido, hicieron una inclinación hacia ella y reconoció el escudo, se sintió patética. Lucían lo había sabido desde el principio y solo se había burlado. 

 

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UN DESEO POR NAVIDAD (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora