C i n c o

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El olor a café se expandió por mi departamento mientras encendía la estufa para preparar unas palomitas de maíz.

Habían pasado dos días desde que se el nombre del hombre de cabello rojo que se escabulle a mi departamento, y él, no había vuelto.

Verdaderamente, me decepcionó creer que se había arrepentido a ver dicho su nombre o parte de su nombre.

Definitivamente, los hombres asiáticos eran un problema. Siempre misteriosos y reservados.

Me asusté el oír como un jarrón caía en la sala de estar y no dude en correr a averiguar de quien de tratase. Y para mí no grata sorpresa, era Han.

— Hola, Han. — Saludé como si nada.

Él sonrió ladino y camino hacia mi para acariciar la coronilla de mi cabeza.

— Sumin, ¿Me harías un favor? — Negué como burla.

— Primero, vienes a mi departamento después de dos días; segundo, rompes mi jarrón favorito; y tercero, ¿Vienes a pedirme algo? — Pregunté crédula. — Vaya, vecino.

— Oye, lo siento, ¿Si? Pero es algo que no le puedo confiar a nadie más.

Por unos instantes, me sentí importante para mi vecino asiático Han.

¿Pero que clase de vida llevaba mi vecino?

No conocía nada de Han, solo su nombre o una parte de él. No sabía cómo sobrevivía o con qué clase de personas merodeaba. Pero aún así; Han me hacía sentir segura.

— ¿Qué clase de favor?

— Tu solo asegúrate de verte bonita.







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