T r e c e

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Desperté con un dolor de cabeza horrible. Pero al darme cuenta que ya no estaba atada, si no, acostada sobre una cómoda cama y con un nuevo cambio de ropa, ¿qué estaba pasando? ¿dónde estoy?. Me incorporé en la cama y me quedé mirando todo a mi alrededor; la habitación estaba perfectamente arreglada, parecía la habitación de alguna persona con mucho dinero. Luego recordé lo sucedido anteriormente, y el nombre “Dietrich Hawk”, apareció en mi mente. Ese hombre estaba detrás de todo.

Sin pensarlo más, corrí hacia, lo que parecía ser la puerta de la habitación, y intente abrirla, pero no pude. Estaba cerrada con seguro desde afuera. No me detuve e intenté abrir las otras dos puertas que habían, las cuales resultaron ser el baño, que era malditamente grande, y un armario lleno hasta el tope de ropa femenina. ¿La ropa era para mi?

Escuché la puerta de la habitación abrirse y me salí del armario para ver de quién se trataba; era una joven con una vestimenta de sirvienta con una bandeja de comida.

— Señorita Trainor, le he traído su comida.

Me importó poco cuando ví la puerta abierta. Eso significaba libertad.

Empujé a la chica junto a la bandeja de comida y corrí hasta la puerta para luego huir por el largo pasillo hasta unas escaleras, bajé lo más rápido que pude, pero algo, o mejor dicho, alguien me había tomando de la cintura y me había cargado como costal de papas sobre su hombro, y era nada más y nada menos que Reese, uno de los ayudantes de mi secuestrador.

— ¡Suéltame, Reese! — Traté de safarme y golpear su espalda fuertemente para que me dejará libre, pero no funcionó.

Escuché como alguien aplaudía pausadamente desde lo que parecía ser el salón de la mansión, y de ahí, salió el hombre de aspecto asiático y cabello negro cenizo con traje de empresario y su arrogante risa.

— Vaya, vaya, vaya. No te creía tan lista, ni rápida, querida —Dietrich se acercó a mí, y se cruzó de brazos. — Buen intento de querer escapar. — Fruncí el celo molesta —, llevarla a su recámara, Reese.

— No, ¡No le hagas caso, Reese! ¡No me encierren! —Rogué creyendo que me ayudaría mientras era nuevamente arrastrada a la habitación de la cual me había escapado.

Cuando ya estuve en mi habitación, Reese se fue y entro Dietrich, cerrando la puerta detrás de él.

— ¿Qué hago aquí, hijo de puta? — Oh si, estaba tan molesta.

— Cuida tu boquita de niña bonita, querida Sumin. — Su acento hacía que me enojará más — Lo único que puedes sabes es que estarás mucho tiempo aquí, así que mejor vete acostumbrando. Además, no deberías quejarte, fui muy amable contigo; tienes televisión digital, baño para hacer tus cosas de niña mimada — refunfuñé—, tienes ropa que ni con el sueldo que ganan tus padres podrían pagar, también este teléfono que solo sirve para llamar a cualquier lugar de la mansión, menos al exterior y una cama dónde postrar tu lindo trasero, así que no me molestes; me voy a trabajar. Llama a Ness si necesitas algo. Hasta luego, gatita.

Ví como aquel hombre de arrogante apariencia de marchaba dejándome totalmente desconforme.









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