D i e z

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Los días pasaron y Han seguía yendo constantemente a mi departamento.

Ya no era tan escurridizo como antes, ya había obtenido la copia de la llave de mi departamento y entraba cada vez que quería.

Lo malo es que ya me estaba acostumbrando a su presencia y compañía nocturna. Y si era malo, pero él no debería estar junto a mi. Él merecía chicas que parecieran modelos y que tuvieran lujos. No como yo.

Además de que el pelirrojo, se había acostumbrado a dormir en el sillón de dos piezas de mi departamento. Él llegaba a desaparecer por el día, pero en las noches llegaba cansado a dormir, pocas veces me pedía algo de comer, a lo que yo, le accedía.

También me había estado dejando dinero en el mesón de la cocina con una nota que decía “Para que comas, tonta”. Sabía que no lo hacía con malas intenciones. Por alguna razón, empezaba a sentirme más protegida, más querida.

Y todo eso me estaba dando motivos para intentar buscar un trabajo, y dejar de depender de las sobras de mis padres y valerme por mí misma.

— ¿En qué tanto piensas esta noche, Sumin? — Preguntó Han desde mis piernas, estaba con su cabeza en mis piernas mientras veía una película coreana que yo había elegido.

Está noche nos encontrábamos en mi departamento, como todas la noches, disfrutando de la compañía del otro. Sinceramente, tenerlo cerca me generaba paz y tranquilidad. Había llegado un punto en que me olvidaba hasta de mi propio nombre estando cerca de él. Pero, vamos, ¿A quién engañó? Me estoy enamorando de la compañía de Han. No puedo negar algo evidente. Es más, creo que estaba dependiendo demasiado de su existencia.

— Nada, solo en como después de toda la película, él resulta ser el asesino.

— ¡Ahg! ¡Sumin! — Se levantó de golpe de mi piernas y me miro enojado — ¿Porque me haces esto? ¡No tenías que contarme todo! ¡Ya la habías visto! Es injusto — se cruzó de brazos e hizo un puchero, no pude evitar reírme de su tierna expresión.

— Pareces un bebé, Han.

Me levanté con el bol de palomitas de maíz en la mano y me dirigí a la cocina. Han me siguió, aún, quejándose por la película. Él llegaba a fastidiarme al punto que de que lo corría del departamento.

— ¡No es justo~! —Lloriqueaba.

— Pareces nena.

— ¡Soy una nena! — Chilló y yo me reí a carcajadas mientras vertía aceite en la olla para hacer más palomitas de maíz.

— Seguro; eres tan delgado que pareces una — me reí a lo bajo —, y tu nombre sería Hanni.

— Por lo menos, soy más linda que tú. — me atacó.

— Claro, lo que digas, Hanni. — Viré los ojos algo fastidiada.

Por unos instantes, no oí nada — como está de espaldas en dirección a Han—, me pareció extraño. Han siempre era muy molesto cuando se trataba de mi.

No le tome importancia y seguí con mi atención a las palomitas de maíz. Pero, algo me detuvo. Unos brazos fuertes y cálidos me envolvieron en ellos.

Me paralice.

A caso, ¿Han me estaba abrazando?

Mis mejillas subieron de tono a un color carmesí intenso, cuando sentí la respiración de Han en mi cuello. Estaba temblando.

— ¿Porque hueles tan bien, Sumin? — Estaba olfateando de mi cabello, y no sabía si golpearlo o morirme de vergüenza. — además, no tienes pechos tan pequeños como creí.

Me paralice al sentir sus manos en mi pechos, apretujándolo sin pudor alguno.

El rubor subió a mi cabeza, y grité. Lo empuje hacia atrás y golpeé su cabeza en un puño a mano cerrada. Ví como se tambaleó hacia atrás y cayó al suelo con la mano diestra sobando donde lo había golpeado.

— ¡Pervertido!

Y salí de la cocina.


















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