14. Escapar

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Gvanye se removía inquieta. Hacía rato que Alex había salido del edificio. Su corazón palpitaba fuertemente, la idea de lograr lo que estaba a punto de llevar a cabo era amedrentadora. Tenía miedo por lo que le sucediera después. No sabía muy bien donde estaban todos, y, a decir verdad, tampoco estaba interesada en toparse con ninguno de ellos. Solo esperaba que Alex se tardara un buen rato en regresar. Porque de no ser así todo su plan se frustraría.

Se recargo sobre su cama, para buscar una pequeña caja de madera que estaba debajo de esta. El pequeño cofre, se abría únicamente con una llave, la misma que llevaba incrustada en un pliegue de su cinturón. La sacó con cuidado, sus manos temblaban levemente y, a sabiendas de eso, intentaba no alimentar su nerviosismo sumándole la escasez de tiempo que tenía.

Dentro de la caja, se encontraba un pequeño y antiguo cuaderno de tapa dura. Todo allí dentro, tenía grabada una impecable "F", sacó cuidadosamente el cuaderno, y lo colocó a su lado. En un rincón de la caja, se encontraba otra caja que no tenía un tamaño mayor al de un libro pequeño, esta tenia grabada una "G", Gvanye la tomó. En su interior, se hallaban muchos billetes apilados. Y una carta, que hasta el momento no se había atrevido a leer. Pero, a pesar de disponer de poco tiempo las ansias de romper cruelmente el sobre y leer la carta. No lo hizo, porque Gvanye era demasiado débil, y, eso solo la convertiría en una persona más débil aún.

—Lo siento, Felicity. No tengo el valor que desearías. — susurró, no se sentía tonta por hablarle a una caja. O por no leer la carta, sabía que todo lo que hallaría ahí dentro eran las palabras de su madre expresando cuanto quería escapar. Y, pidiendo disculpas por no quedarse y apoyarla, pidiendo que la perdone por no poder ser una buena madre. Al fin y al cabo, hizo lo que Gvanye tanto deseaba y a la vez se negaba a hacer, escapar.

Tras dar un profundo respiro, decidió que era hora de mostrar el valor que tanto deseaba tener. Agarró algunos de los billetes allí apilados, ordenó la caja, la cerró y volvió a esconderla. Se levantó y rápidamente buscó entre sus cosas por un pequeño morral, donde introdujo los billetes, una navaja que contenía ácido clorhídrico y, una pequeña botella de agua. Se cargó el bolso al hombro y, salió. En el pasillo se topó con Sophie, quien parecía inquieta e insegura.

—Al fin te encuentro —, exhaló esta—. Todos se han ido, no sé por qué. Simplemente uno gritó "Los del otro lado llegaron", y todos salieron. ¿Qué significa que los del otro lado llegaron? — Gvanye, estaba pasmada. Todo era peor de lo que esperaba. ¿Cómo podría llevar a cabo lo único que mantendría a todos salvos cuando nadie parecía pensar con claridad? De todas formas, ella iba a seguir adelante, no había tiempo para desperdiciar.

Sophie parecía una joven tímida, de perfil bajo, bonita, retraída, tenía la libertad que Gvanye deseaba y, no podía culparla por ello. Pero, sí podía darle la perfecta oportunidad de hacer que su vida no se altere. Y, eso estaba dispuesta a hacer.

Sin abandonar el plan inicial, fue en busca de su arco y carcaj, tomó la muñeca de Sophie, asiéndola más fuerte de lo que debería y comenzó a caminar rápidamente hacia la salida. Sophie no acababa de quejarse, quería gritar, y no por el apretón que Gvanye le propinaba, sino por su actitud repentinamente tosca. Sabía que Gvanye iba a ser difícil de tratar desde que supo de su existencia. Pero, ahora era como si Sophie le fuera semejante a una carga, un problema difícil de sobrellevar, de esos que necesitan un fin inminente. Sin embargo, a los ojos de Gvanye, Sophie no era un problema sino un detonante. Una pobre victima que, sin desearlo, arruinaría todo, incluida su insignificante vida.

Aun así, Gvanye parecía más impaciente que de costumbre, pararon bruscamente en el final del corredor tras escuchar un ruido sordo. En realidad, Sophie no había escuchado nada, pero confió en los agudos oídos, mutados con ADN felino, que Gvanye poseía. Gvanye soltó a Gvanye, quien por pura inercia observó su nueva muñeca carmesí. Pero, se distrajo cuando vio a Gvanye haciendo aspavientos, en señal de que no emitiera ningún sonido. Tras asentir, y son poder controlar su cuerpo nuevamente, se adhirió a la pared como si de una calcomanía se tratara. Su compañera por otra parte, caminaba con cautela, escrutando cada rincón, tras aparentemente escuchar un sonido, ocupó una flecha del carcaj y corrió velozmente hacia el lugar del cual había nacido ese sonido imperceptible.

AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora