4. Collar

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Alex estaba allí, a su lado. O, más bien, frente a ella. Esperando el momento en que abriera los ojos. Podía observar claramente como sus pupilas se movían bajos los parpados, y, luchaban por abrirse al fin. Pero, no lo lograban. Eso, lo único que provocaba era una desmedida desesperación por parte del joven.

Luego de unos cuantos minutos de mantenerse igual, los movimientos en las facciones de Sophie cesaron. El joven pensó que era imposible que pasara tanto tiempo. Hacía tres días que estaba inconsciente y, gracias a la escasez de su paciencia, no iba a soportar que ella permaneciera así por tanto tiempo. La espera lo agotaba, era una de las muchas cosas que no soportaba y, siempre había dos posibles soluciones en su mente; acelerar el proceso, o bien, acabar con la espera. Y, si debía acabar esta espera terminando con la vida de la susodicha, lo haría. Pero, él no era un asesino despiadado. Primero, le daría una oportunidad.

Caminó hacia el pequeño estante en donde se hallaban diversos frascos etiquetados. Tomó uno, que contenía una sustancia incolora, y con la ayuda de una jeringa logró que este líquido, llegara a la sangre de Sophie. Luego de, lo que fue casi un cuarto de hora, Sophie inició nuevamente la pequeña batalla entre sus ojos y, los rebeldes párpados. Cuando sus ojos marrones, chocaron rudamente contra la blanquedad de la luz, se aguaron. Su garganta ardía. Y, sentía que no poseía el control absoluto de su cuerpo. Quería decir algo, lo que sea para probar que aún sus cuerdas vocales funcionaban correctamente. No obstante, a la vez, no reunía las fuerzas necesarias para consumar ese hecho.

Mientras, Alex, estaba observando la imagen, atónito. Aún no comprendía cómo era que ella podía ser tan fuerte. Algunas jóvenes no soportaban el hecho de que sus padres les prohibieran alguna cosa. Y, se hacían dos o más cortes en la muñeca. Mientras que Sophie, si bien tenía momentos en los que se sentía más que perdida, no se había dado por vencida. Soportó el hecho de que sus padres la encerraran dentro de un manicomio. El que la creyeran loca. Y, ahora, había rosado la muerte. Pero, nunca dejo de luchar. Lo supo cuando la observó correr lo más rápido que sus piernas le permitían. Con un único objetivo en mira; escapar de la cárcel en la que se encontraba injustamente.

Sabía lo que era estar en un lugar que no le correspondía. Pasar por injusticias y querer escapar. Por ello, la entendía. Cuando vio a Sophie, por primera vez, se dijo a si mismo que tenían en cierto sentido un pequeño grado de parentesco. Y, eso lo llevó a hablarle por primera vez, luego de estudiarla por un mes a distancia. En el momento en que vio como ella intentaba articular alguna palabra, pero nada salía de su boca, y su piel iba perdiendo el color. Cuando observó como ella se iba desvaneciendo, rápidamente, no pudo soportar creer que con la rapidez que la muerte la abrazaría, también morirían todas sus metas, sus esperanzas. Sus sueños.

Entonces, se halló en su interior una pequeña mota de benevolencia. Pero él no lo reconocería. Su orgullo se negaría a aceptar que fue equívoco el dar por hecho que no tenía sentimientos antes de darse la oportunidad de demostrarlo.

— No debiste hacer aquello. — dijo él al fin. Sophie lo observó con horror. No se había percatado de su presencia. Pero, apenas tenía un borroso recuerdo de lo que había pasado. Ni siquiera estaba consciente del día de semana que era. No recordaría lo que paso... cuando sea que haya sucedido. — No me mires así. Sabes a lo que me refiero. Fuiste tú.

— ¿Qué hice? — articuló ella con algo de dificultad. — A duras penas sí recuerdo mi nombre. — Aquello no causo ni la más remota gracia en Alex.

— Estoy hablando en serio. Encontré yoduro de aluminio en la caja que contiene un poco de tus pertenencias. Fuiste quien provocó que los detectores se activaran.

AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora