Marianela

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(Marianela)

Él no debía saber, Michael no debía conocer la verdad, sería devastador para Marianela confesarle que ya habían fracasado una vez.

Por aquel tiempo su nombre no era Michael, pero a Marianela no le desagradaba el nombre nuevo, lo que ella odiaba era que su relación no era ni siquiera parecida a la de hace milenios.

Ambos vivían en el reino cerca del mar, con un gran castillo al cual golpeaban las olas, y muchas casitas hechas de piedra rodeándolo, con la arena dando brillo a todo el lugar, y aunque parecía un lugar desértico, realmente el reino era abundante y próspero.

Era aquella tarde en la que se anunciaría la muerte de la reina, que dejó viudo a un rey distraído y sola a una princesa de once años.

La curiosidad de la pequeña por inspeccionar cada rincón del reino era grande, y aunque sus estudios eran tardados, siempre encontraba un momento para escaparse del castillo y pasear por las blancas calles.

El día en que su madre murió, la pequeña tuvo que presenciar cómo su padre escondía sus lágrimas e iniciaba los preparativos para el funeral. Ella no quiso permanecer ahí, fingiendo que la muerte de su madre no le afectaba, por lo que escapó en cuanto pudo.

El reino aún no sabía nada, por lo que sería fácil para ella poder distraerse y olvidarse de lo sucedido.

Se dirigió a la orilla del mar, lugar en el que le gustaba pasar su soledad, porque sentía que las olas le cantaban y daban consuelo. Cuando llegó, se encontró con un grupo de niños jugando en el lugar.

Todos eran más o menos de su edad, habían construido un castillo de arena, muy bonito y grande, y brincaban y corrían alrededor de él.

-¡Yo soy la princesa!- gritó una niña de cabello claro decorado con perlas –Y la princesa quiere una flor

Rápidamente, los niños corrieron en todas direcciones buscando el objeto. Pronto, cuatro de ellos regresaron, casi al mismo tiempo, con la flor que la falsa princesa había pedido.

Y los niños volvieron a reunirse.

Pronto, uno de ellos se percató de la presencia de la niña que les vigilaba.

-Hola- dijo él con una amable sonrisa -¿Quieres jugar?

Ese fue el primer encuentro de Marianela con Michael.

Después de eso, Marianela se escapaba del castillo cada tarde para ir a jugar con su nuevo amigo. A veces iban a aquella costa, a veces caminaban entre las viviendas de las personas y mantenían una animada conversación con los habitantes del lugar.

Estar con él hacía que Marianela pudiera olvidar el dolor que el recuerdo de su madre le producía.

-¡Mira, el cambio de ronda!- exclamó Michael una vez que se paseaban cerca del castillo.

-¿Te gusta ver el cambio de ronda?- pregunta Marianela mientras observaba con atención cómo un soldado ocupaba el lugar del que se acababa de marchar.

Ella permanecía casi escondida detrás del muro de una de las casas, más que nada para que no descubrieran a la princesa jugando con un plebeyo, en cambio, él se mostraba sin temor ante los soldados, no lo haría si hubiese sabido que su mejor amiga era la mismísima princesa.

-Cuando sea grande, quiero ser uno de ellos- confiesa Michael.

-Es muy peligroso

-Lo sé, pero protegería a todos los que quiero, entonces creo que vale la pena arriesgarse un poco

Creadores del pasado [Las crónicas de Abril #6]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora