Capítulo 3- Verdades

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Disclaimer: La saga Crepúsculo pertenece a Stephanie Meyer, yo solamente me divierto con sus personajes, ya que me enamoré de ellos. Esta historia es una idea mía y ahora la comparto con ustedes.

Capítulo sin beteo así que, de antemano, disculpen cualquier error que se me haya escapado.

Capítulo 3 — Verdades

Los siguientes días transcurrieron con cierta tranquilidad, por lo menos en lo relacionado al trabajo, ya que en lo personal Edward siguió acosándome siempre que encontraba una oportunidad. Lo peor es que esta insistencia empezaba a derrumbar las barreras que yo había construido durante estos últimos años, cada vez que lo veía mi corazón latía descompasado en mi pecho, y anhelaba cada vez más estar entre sus brazos, sentirme protegida por él nuevamente y para colmo Alice lo estaba apoyando, diciéndome siempre que él estaba arrepentido, que debía darle una oportunidad para que él me explicara las cosas y que seguía amándome, pues si ya no me amase no hubiera dejado a un lado la vida cómoda que llevaba en Chicago para quedarse aquí, pero yo tenía miedo a entregarme nuevamente y sufrir otra desilusión, en caso de que esto se sucediera, no me recuperaría esta vez, lo sabía.

Era viernes ya estábamos en la mitad del mes de noviembre, me desperté sintiéndome medio rara, creo que estaba por pillar un resfriado si es que ya no lo había pillado. Mi cabeza y mi cuerpo dolían, sentía mi garganta irritada, aun así me levanté, me duché para espabilarme; vestí un jeans azul oscuro con una ramera amarilla haciendo juego con unas zapatillas también amarillas, tomé un vaso de jugo de naranja como desayuno acompañado de una aspirina, esperando que esto mejorara mi estado físico mientras conducía hasta el trabajo, al llegar ya me sentía un poco mejor, sin embargo el efecto de la medicina duró solamente unas tres horas, después todo el malestar volvió y me sentía todavía peor, creo que empezaba a tener fiebre.

A la hora del almuerzo me encontré con Alice en el refectorio.

— ¿Estás bien? — Preguntó mientras yo ponía mi bandeja con el almuerzo sobre la mesa y me sentaba en la silla delante de ella.

— No. Creo que he pillado un resfriado.

— Deberías irte, realmente no te ves bien.

— Me lo dices a mí — contesté con sarcasmo. — No puedo irme, no hay otra enfermera que pueda cubrir mi turno — añadí, lo había averiguado al percatarme que me sentía peor al paso de la mañana.

— ¿Estás usando el cubre boca para tratar a los niños? — Indagó mi amiga.

— No me ofendas, Alice, por supuesto que estoy, no voy a contaminar mis pacientes con ningún virus que pueda tener.

El almuerzo pasó con conversas corrientes acerca de algunos casos clínicos de nuestros pacientes, mal probé bocado, sentía mi estómago revuelto. No había visto señal de Edward hasta entonces, él estaba en el centro quirúrgico desde la hora que empezó su guardia y desde las diez estaba en cirugía, un caso muy complicado de un bebé que necesitaba de un trasplante cardíaco, por milagro surgió un donante, lo que se tratando de niños es más difícil pues el donante tiene que ser otro niño con edad cerca de la del receptador, cuando presencio estas cosas me invade un sentimiento ambiguo, porque uno se queda feliz por el niño enfermo, sin embargo, otro niño tuvo que morir para que el otro pudiera lograr salir adelante.

— Amiga, caso te sientas peor me llamas ¿sí? — Dijo Alice a la hora de separarnos.

— No te preocupes, Alice, no es para tanto, sólo preciso de una aspirina y una noche bien dormida, mañana estaré perfecta nuevamente.

Hay díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora