En esos últimos veinte minutos el príncipe heredero Viktor Nikiforov había conseguido saber de su esposo más que en los últimos ocho meses de relación. Por ende, muy en lo profundo, aunque jamás se lo admitiría al concubino, estaba sufriendo una serie de largos, agonizantes y dolorosos gritos internos, que iban en aumento con cada palabra pronunciada desde los finos labios del rubio.
Y fue entonces cuando la culpabilidad que había intentado aplacar volvió a surgir como un ave Fénix que renace de sus cenizas para atormentarlo, golpeando su nuca con ligeros pinchazos que, si bien no eran dolorosos del todo, continuaban siendo contantes para que nunca pudiera llegar a olvidarlo.
Ya veo, así que fueron novios... —dijo finalmente, luego de la larga pausa que siguió a toda la historia relatada por el concubino.
Yurio, naturalmente, era un hombre de palabra. El que ya no tuviera título nobiliario no quería decir que él perdiera los valores con los que nació y fue criado, mucho menos los principios básicos.
«No importa cuánto poder puedas llegar a tener, si tu palabra no vale, en realidad careces de toda pertenencia».
Por ende, aunque el concubino lo lamentara en lo más profundo de su ser por el príncipe Katsuki, cumplió la promesa de contarle al heredero lo que quisiera. Este, como era de esperarse, comenzó por preguntar la relación que tenía la pareja que paseaba por el jardín y, luego de tres estallidos de celos, sumado a Yurio aferrándose a una de las piernas de Viktor con tal de que él no saliera a matar a la pobre mujer que caminaba junto a su esposo en aquel momento por el jardín, pasaron a otras preguntas como:
—¿Qué piensa Yuuri de mí?
—Que es un estúpido príncipe, ególatra y mentiroso.
—¿Piensa que soy atractivo?
—Cree que lo que tiene en belleza también debería tenerlo en inteligencia.
—¿Existe alguna posibilidad de que algún día llegue a amarme?
—No si continúa comportándose como un tonto cada vez que le ve.
Entre muchas, muchas otras, que pasaron también por esos ocho meses en los que el príncipe fue excluido, por culpa suya, de toda interacción con los demás miembros del castillo, fue consciente por primera vez sobre la influencia que sus accionares podían tener sobre las demás personas.
¿Es todo? —fue la pregunta que entonces devolvió Yurio como respuesta a esa afirmación que él mismo había confirmado para el albino cuando le contó la historia—. Sabe cada cosa de su esposo, tal y como siempre deseó, ¿y eso es todo lo que tiene que decir? —insistió mientras intentaba contener su ira.
—Alzó sus manos para luego volver a reunirlas, golpeando sus palmas y en consecuencia producir un leve aplauso—. Justo ahora estoy bastante perdido. Quiero decir... yo siempre supe que he sido demasiado ciego cuando se trata de Yuuri. Nunca me había sido posible experimentar esto que golpea mi corazón con ganas cada vez que lo veo. Nunca antes pude experimentar tal deseo de proteger a alguien con todas mis fuerzas, al punto de hacerle pedazos entre mis brazos para luego reunirlo por mi cuenta y solo así sentir que es completamente mío, cada palmo de esa persona... —Cubrió su rostro con ambas manos; tratando de ocultar la pena de estarse confesando delante de aquel rubio que amaba molestarlo, porque él era muy consciente de que esos celos le surgían en respuesta a sus provocaciones completamente intencionales y en las que, como un tonto, caía—. Lo amo, pero no sé qué hacer para que él me ame de igual forma.
Yurio sin poder evitarlo realizó una inmensa mueca de asco. Era increíble que la persona a quien había admirado gran parte de su vida anterior estuviera delante de él luciendo tan patético por un amor no correspondido; hasta en cierto punto le resultaba bastante tonto, de no ser porque conocía tan bien al príncipe Katsuki, porque él a su vez era participe principal de aquella trama que se desarrollaba entre los dos personajes principales del castillo, realizando acciones para que los hilos se movieran y esos dos seres interactuaran de una manera algo poco fructífera.
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Un baile en honor a Su Majestad.
FanfictionAngustia: Podría decirse que esa fue la razón de su danza a la luz de la luna aquella noche, una desesperada angustia alimentada por una asfixiante soledad. Cientos de intentos para ser escuchado, miles de ruegos y suplicas, hasta rendirse por compl...