Capítulo 35: Desesperado

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Mantengo la mirada fija en Sam y solamente pienso en todas las cosas que ha pasado desde algunos años atrás, en el infierno que ha debido de vivir, fingiendo que su hermana nunca ha existido, así como yo, he vivido, desconociendo al que parece ser, el amor de mi vida.

—Gracias por haberme dicho la verdad, Sam.

Sam tuerce el labio y le resta importancia al gesto, sacudiendo la cabeza.

Aún con las revelaciones de Sam, haciendo tomar sentido a mi cabeza, todavía la razón del acoso constante a las hermanas Monroe por parte de los Montecarlo no me queda claro. Y no puedo involucrar a Sam en esto... Que piense que los Montecarlo están muertos...

Debo hablar con la senadora Monroe cuanto antes.

—¿Drake?—Sam me mira de reojo—¿Qué ocurre?

Sam me saca de mis pensamientos una vez más y me escudriña con la mirada, en busca de respuestas.

—No pasa nada, Sam.—aun debatiéndome si se merece o no que le diga la verdad—No ocurre nada.

Sam suelta un bufido y se va del estudio con la botella de whisky en la mano.

Tras de él, salgo del estudio y vociferando que debo hacer algo advierto a un no muy contento Sam, que no estaré en casa. Bajo las escaleras del edificio con rapidez, abro la puerta y entro en el auto. Acelero con agilidad y me dispongo a conducir rápidamente hacia el hospital, sin llamar mucho la atención del exterior, fuerzo poco a poco el motor del auto a ir con mayor velocidad.

En breves minutos, llego hasta el hospital y al aparcar, entro al edificio, y todo más o menos sigue tal como lo dejé, solo con mayor cantidad de personas por el horario. Me acerco a la sala de espera en donde encuentro a la senadora Monroe y su marido charlando en voz baja.

—Senadora Monroe—saludo.

La senadora me observa y se levanta.

—Hola de nuevo, Drake.—mira a ambos lados—Se te ve abrumado. ¿Quieres hablar?

—Aquí no. Mejor vayamos fuera, senadora.

Me lleva hasta un extremo del hospital en donde hay un callejón, que si ella no me hubiese mostrado el camino, nunca habría visto. De inmediato se coloca frente a mí y hace silencio total esperando mis palabras.

—¿Cómo sabe que David es peligroso?—pregunto desconcertado—Y si lo sabe...¿Por qué no ha hecho nada para alejarlo de sus hijas? ¿Sabe el peligro que corren ahora mismo estando aquí? ¿En medio de esta disputa?

La senadora guarda silencio y procura escuchar con tranquilidad, como si del berrinche de un niño pequeño se tratase.

—David fue el novio de mi adorada Christine.—me explica—Y con el paso del tiempo, de una forma u otra, conocí a su padre, el señor Montecarlo. Y este hombre, nunca se anduvo con rodeos, Drake. Le interesaba el poder. Y lo quería a toda costa, cuando lo conocí, recién había empezado como senadora. Y eso a él, le resultó muy...Provechoso.

—¿Provechoso?

Respira suavemente y una vez más mira a su alrededor.

—Robó documentos de mi despacho del Senado. Documentos muy importantes—puntualiza—A amenazado con divulgarlos si no hago lo que me dice...

La interrumpo levemente.

—¿Quiere decir que usted no ha hecho nada para alejar a los Montecarlo de su familia porque su trabajo depende de esos documentos?

—Drake, no es tan sencillo...—me apacigua—Puedo acabar en prisión. Y mis hijas serían vulnerables. Las envié aquí lo más rápido que pude. ¡Yo las alejé del peligro que significaba Washington!

—Y ya vio que tan bien lo hizo, que Katherine fue casi asesinada por el maniaco de Logan Montecarlo.—arrojo lleno de cólera.

La señora Monroe se queda confundida en medio de mis palabras.

—¿Logan? Es...—se tapa la boca verdaderamente sorprendida—¿Logan es un Montecarlo?

—Las chicas están en peligro, senadora.—la hago entrar en razón—Debemos terminar con esto de una vez por todas.

La senadora asiente y se apoya sobre la pared pensativa. La acompaño nuevamente hasta la entrada del hospital donde me despido y le informo que hay algo que debo hacer.

—Mire, debo hablar con un amigo de mi padre. Él sabrá que hacer mientras tanto. Usted debe buscar la forma de sacar a las chicas de la ciudad, senadora.—tomo su mano en búsqueda de atención—Váyanse a un lugar seguro. Saque a Christine de la ciudad.

Subo a mi automóvil y conduzco en dirección al sur lo más rápido posible y el tránsito ligero que resulta ser mi aliado, haciendo que la llegada a mi destino sea más veloz que de costumbre. Encuentro un espacio disponible y detengo el auto. Al salir visualizo el enorme edificio ante mí. La comisaría de Nueva York.

Una vez dentro me acerco a la recepcionista.

—Disculpe.—me apoyo sobre el mostrador—Necesito hablar con el jefe del departamento ahora mismo.

Sin mucho entusiasmo, la recepcionista me mira con recelo.

—El jefe ahora mismo no se encuentra en la estación.—contesta mientras hace algunas anotaciones ajenas a mi petición—Pruebe en otro momento.

—Señorita, de verdad necesito hablar con el jefe del departamento o alguien que pueda comunicarse con él.—contesto casi exasperado—Dígale que el hijo del señor Simmons le necesita urgentemente...

Siento como tocan mi hombro y me volteo para ver a un oficial de policía.

—Perdona a Louise.—mira a la recepcionista mientras sonríe—Yo me encargaré.

Por momentos, trato de replicarle que no pretendo hablar con nadie más que con el jefe del departamento pero resulta inútil porque el risueño oficial hace oídos sordos a mis quejas. Me arrastra hacia lo que parece ser una sala de interrogatorios y ambos no sentamos en las únicas sillas de la estancia.

Sentado, sin ningún lugar más al cual mirar, puedo visualizar como el hombre ante mí, de algunos cuarenta años con un cabello corto y castaño, procede a sonreír. Una de estas sonrisas que buscan calmar a su receptor.

—¿Y bien?—termina de quitarse el gorro—El inspector Richard a su servicio. ¿Cuál es tu problema...?

—Drake.—termino la frase, suspiro resignado a tener que confiar en este hombre—Hay gente que conozco que está en peligro. Sus vidas peligran.

El inspector apoya los codos sobre la mesa y se muestra preocupado e interesado.

—¿Quiénes? ¿Por qué?

Y sin mucho más, le cuento todo el problema: los malos tratos de los Montecarlo, la extorsión a la senadora Monroe, las amenazas de muerte y de cómo Katherine terminó en el hospital.

—Vaya...—se rasca la cabeza—Es una historia complicada. No sé cómo reaccionarán los superiores...

—Mire, entiendo, puede parecer todo muy complicado y elaborado, pero es verdad—me estremezco—Esta gente está en peligro, necesitan protección, ayuda o no sé...

El inspector se toca la barbilla y se muestra dudoso, se levanta de la silla para acercarse a la puerta.

—Creo que tiene sentido esto que dices, Drake—me asegura—Y creo que conozco a los tipos perfectos para ocuparse de esto.

Abre la puerta y una figura se asoma de inmediato. Una figura que hace que por reflejo o instinto, me levante.

—¡No, no! ¡No te levantes! Mejor quédate sentado.—comenta Logan que entra a la sala—Te presento a mi tío, el inspector Richard Santorini Montecarlo.

Me mantengo en silencio mientras Logan me mira con diversión.

—Joder, Drake.—se acerca a la silla anteriormente ocupada por el inspector—Lo único que te dije que no hicieras; lo hiciste. La acabas de cagar, socio.

Cartas de desamor a la chica equivocadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora