Viernes 16, tres semanas

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Escondí mi cara en mis manos y resoplé molesta. Vale, la había cagado profundamente. Y esta vez en serio. Contemplé el test y lo giré en mis dedos, casi con repugnancia. ¿Cómo dos rayitas inservibles te pueden arruinar la vida? ¿Cómo es eso posible? Embarazada, yo, a los dieciséis. ¡Esas palabras no iban juntas en una oración!

Alguien golpeó la puerta del cubículo del baño.

-¿Señorita? Ya lleva bastante tiempo allí, ¿Necesita algo? –Era la voz temblorosa de una mujer.

-Eh… no… ya salgo –respondí a punto de que me entrara un ataque de pánico.

Guardé el test en su caja y lo boté al basurero, tapándolo con papel higiénico. Al salir me encontré con una anciana delgada, de rostro arrugado y pelo seco. Sostenía una escoba y un trapeador. Me sonrió mostrando dos agujeros en donde deberían estar unos dientes.

-¿Se encuentra bien? –Preguntó con ternura.

Me acerqué al lavado y eché agua a mis manos.

-Nada, solo la cagué para siempre –contesté con desgana.

La mujer de la limpieza se acercó hasta llegar a mi lado. Sus ojitos brillaban como cuentas al sol y la dulzura que expresaba no era nada malévola. Debió haber sido bonita cuando joven.

-¿Qué le sucede?

Resoplé.

-Pues nada, tengo dieciséis y embarazada –me encogí de hombros. Ella era una desconocida total, no había posibilidades de que mis padres se enteraran a través de ella.

La expresión de la anciana cambió a una de lástima.

-Lo siento, niña –murmuró –. Espero que sigas adelante.

Se marchó, casi como si me repeliera. La verdad es que no la culpo. Salí del baño público y me decidí por comer un helado. ¿Qué más satisfactorio que ahogar las penas en algo frío? Caminé hasta el patio de comida del mall, encontrándome con grandes grupos de adolescentes, aprovechando los últimos días de las vacaciones de verano.

Compré un barquillo de chocolate pequeño con chispitas de colores. Me senté en una mesa circular pequeña, en una esquina cercana a la salida. Cogí mi celular y le mandé un mensaje a mis dos amigos, los únicos que he tenido desde siempre.

“Estoy en el patio de comida con un riquísimo helado”

Esperaba que les sonara alegre. Les quería decir la noticia, pero tampoco me tenía que ver débil.

“Voy” Respondió Nicole.

“Voy” Respondió Rafael.

Esperé diez minutos antes de ver a mi amiga en la fila de la heladería. Ella era una chica hermosa, pero con un leve problema de sobrepeso que la hacía pasar algunas veces malos ratos. Su madre, cuando Nicole no escuchaba, me culpaba de su peso y ya no era muy bienvenida en su casa.

Rafael apareció minutos después y se unió con ella. Él era bajito y encorvado, con una gran mata de pelo castaño sobre su cabeza. Usaba lentes desde los cinco años gracias a un puñetazo de parte de su primo, que le había atrofiado la vista. Tenía una novia, Kim, la cual Nicole y yo la encontrábamos una perra manipuladora de chicos inocentes.

Mis amigos por fin me vieron entre todas las personas y se acercaron con rapidez.

-¡Hola! –Me saludó Niki con un beso en la mejilla –. Pensé que ya no nos querías ver más luego de ayer.

-Bueno… depende –cabeceé para molestarla. Me golpeó en un costado y se sentó frente a mí. Rafael entre ambas.

-¿Por qué ese mensaje? –Inquirió alzando una ceja.

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