Sábado 31 y domingo 1, 5 semanas

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Llegué a casa agotada, sin ningún otro pensamiento que tirarme a mi cama e invernar noventa décadas. Estoy segura que si no tuviera un pequeño en mi interior, no ocurriría esto, al menos, no tan fuerte.

Hice un esfuerzo mental para presentarme en la cena y mostrarle la hoja con el permiso a mi madre. Ella era la que generalmente tenía el veredicto final, mi padre solo estaba para apoyarla o hacerla entrar en razón.

-No lo sé, Gwen, eres muy joven –por el rabillo del ojo, vi a Kate levantando una ceja –. Lo puedo firmar, pero ¿Para qué quieres esto?

Me encogí de hombros, simulando indiferencia mientras me echaba un bocado de fideos a la boca.

-Tengo dieciséis, Raf ya ha trabajado por tres años y yo quiero hacer algo. Me aburro –hice un puchero.

Mamá asintió y miró a mi padre.

-No me interesa –dijo antes que nada.

-Pues bien…

Fue a buscar un bolígrafo. Sentí la patada de una de mis hermanas bajo la mesa.

-Kate –mascullé.

-¿Qué? –Y se hizo la inocente.

Beth seguía en silencio delante de mis padres. Se le había declarado una rebelión y no pensaba hablar a menos que se disculparan. Me explicó que antes ya se había aburrido de su disfraz de gótica y pensaba quitárselo, pero que la obligaran a hacerlo, le dio rabia. Y vergüenza. Le di la razón.

Mamá me entregó el papel firmado y yo, con una sonrisa enorme, lo guardé en mi bolso. Mis ojos se cerraban a cada paso que daba y cuando mi cabeza tocó la almohada, ya no hubo vuelta atrás.

Soñé y lo recordé otra vez. Me preguntaba si tenía que ver con el embarazo. Fue el mismo sueño que tuve en la cafetería, pero algo había cambiado. El bebé ya no lloraba en mis brazos, se colgaba a mi cuello y le vi una leve sonrisa. Mi corazón se hinchó. Solo les veía la espalda a mis padres y Katherine negaba una y otra vez con su cabeza.

Ella seguía decepcionada.

Beth, en cambio, caminó a grandes zancadas hasta llegar a mi posición. Abrió los brazos y desperté.

~~~

Calor… hacía demasiado calor para ser normal. Caminé con los pies arrastrándose hasta el baño para darme una ducha con agua bien fría. Pero no logré mi cometido gracias a las estúpidas arcadas. Beth, que pasaba justo a mi lado, creo que sintió lo que iba a hacer. Me lancé como cohete al retrete, mientras ella sostenía mi cabello. Creo que me enamoraré de mi hermana.

-¿Cuántas veces tuviste que soportar esto sola? –Se lo preguntó más a ella que a mí. Le contesté mostrándole una y otra vez mis cinco dedos.

Limpié mi boca una y otra vez.

-Gracias, Beth –murmuré, con las mejillas rojas.

-No tienes por qué –sonrió y cerró la puerta del baño.

Salí tiritando de la ducha. Un domingo como este, seguramente todos mis amigos no estarían disponibles. Suspiré, mientras me vestía. El toc, toc en la puerta me distrajo de abrochar los botones de mi blusa. Estoy segura que mi sujetador se hacía cada vez más pequeño. Fruncí el ceño.

-¿Qué?

-Hija –era mi madre –, tu abuela está de cumpleaños. Vamos a visitarla y ya sabes cómo le gusta que te vistas.

Resoplé.

-Bien… Pero, ¿Volvemos temprano?

-Nos quedaremos hasta después de almorzar –respondió. Luego, silencio. Ya se había ido.

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