Lunes 2, 6 semanas

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-No puedo creer que estemos a lunes nuevamente –me lamenté con la cabeza enterrada en el cuello de Niki.

Mi amiga me consoló dándome unas palmaditas en la espalda.

-Tienes suerte, al menos hoy llegué temprano –me sonrió, sin dar ningún resultado de gratitud de mi parte –. ¿Cómo estás con… eso?

-Genial, maravilloso –dije sarcástica –. Vomite en el baño y mi mamá me escuchó. Tuve que darle una lista del por qué tengo que asistir a la escuela.

-¡¿Y por qué no te quedaste en tu casa?! –Chilló mi amiga con los ojos muy grandes. Sí, hasta ahora no lo había pensado con detenimiento.

-Tenemos un examen de geometría –contesté con voz cansada. Ese examen podía haber sido perfectamente evitable si me quedaba en casa, pero no iba a derrochar las horas que estuve estudiando luego de que llegué del cumpleaños de mi abuela.

Nicole negó con la cabeza decepcionada. Caminamos al salón de Literatura, nuestra primera clase del día. Sin embargo, ese interesante recorrido que hicimos en silencio, se vio interrumpido por el que impuso mi sentencia de mala suerte. Stephen Evans. Claro, él tan caballeroso como siempre, solo me tomó del brazo y me arrastró hasta un lugar que nadie podría escuchar.

¿Por qué todos tienen la manía de tirarme?

-Qué quieres –me crucé de brazos. Había faltado toda la semana anterior y se negó a cooperar con esto de nuestro hijo. Siempre me había sentido intimidada frente a ese gran chico con un ego hasta Júpiter, pero tener algo de él dentro de mí me había dado una extraña valentía que quería aprovechar.

-Sé que estás desesperada –dijo con su natural “yo soy el centro de la tierra, ámenme” – y que por eso te inventaste el… embarazo –juro que se estremeció –. Ya me ha pasado otras veces, pero te voy a dar una excepción. Tengamos una cita el viernes y luego me dejas tranquilo, ¿Vale?

Ok. Ahora se había pasado.

Le pegué la bofetada de su vida y me gustaría haberle tomado una foto. Mi mano quedó impregnada en su cara, casi como si se hubiera hecho un tatuaje, pero bastante más económico.

-¡¿Qué te crees hijo de puta?! –Chillé, a punto de un ataque. Ya algunos estudiantes se habían percatado de nuestro intercambio e intentaban de cualquier modo entrar a esta pequeña aula desocupada – ¡¿Me estás llamando mentirosa?! ¿Qué te sucede?

Stephen me miraba confundido, de seguro no se había esperado eso. Ja.

-Oye… si quieres cambio el día de la cita –replicó suavemente.

Inspira, expira. Inspira, pégale la patada de record en la entrepierna. A ver si así consigue embarazar a otra.

-¡Para que aprendas, maldito neandertal! –Grité, al borde de las lágrimas. Sentí unos brazos atraparme por atrás.

-Ya, tranquila Gwen –me arrulló Rafael en el oído.

Miré con asco como Stephen Evans se removía adolorido en el suelo. Me di vuelta y abracé a mi amigo. Él me ayudó a salir del aula donde gran parte del alumnado se había juntado y estaba siendo removido gracias a la ayuda de algunos profesores. Caminamos juntos hasta llegar a la clase de Literatura, donde todavía no había comenzado.

Niki saltó del asiento en cuanto atravesé la puerta. La mayoría de los que estaban dentro me miraban con curiosidad y con ganas de cotillear.

-¿Qué pasó? –Preguntó en voz baja. Salimos y llegamos al baño.

-Evans –contestó secamente Raf.

Lloré durante quince minutos sobre los hombros de mis amigos. Rafael no le importó quedarse dentro del baño de niñas, con la condición de cerrar con pestillo. La profesora miró mis ojos rojos e hinchados por el llanto y nos dejó pasar sin preguntar.

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