Martes 15, 12 semanas

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-No les has dicho –me acusó Kate, mientras caminaba junto a mí hacia la escuela. La parada para ir a la universidad quedaba muy cerca y su novio Cesar se había fracturado una pierna. Beth estaba a mi lado en silencio.

-No, todavía me queda un mes completo –respondí, con una sonrisa de autosuficiencia.

-Gwen –Kate me paró en medio de la calle –, mientras más lo demoras, más notorio se hará eso –indicó mi estómago –. Tu ropa todavía lo disfraza, ¿Pero qué pasa si un día se les ocurre ir a la piscina? Hace calor.

Continuamos caminando. A pesar de ser una perra como hermana, Katherine tenía toda la razón. Resoplé molesta.

-Engordé –contesté como patética excusa.

-Claro, y luego tu gordura mágicamente se transforma en embarazo –replicó con sarcasmo –. No seas idiota, tú has sido siempre delgada, incluso cuando bebé.

¿Eso me sonaba a cumplido? Ya no sabía qué creer con Kate. Cuando se despidió y caminó hasta la parada, Beth abrió la boca.

-Tiene razón –admitió por fin –. La odiaré algunas veces, pero…

-Ya lo sé –dije, sin intenciones de ser fría.

-En todo caso… -suspiró –. Mi mamá ya te lo dijo en el desayuno, pero estás realmente radiante –dijo en tono bromista, cuando nos metimos a la escuela. Se alejó de mí con un guiño en el ojo.

Culpa al embarazo, quise responder. Pero tenía razón, incluso me sentía así. En una página de internet decía que comenzaría a producir unas hormonas que darían brillo a mi cabello, mi piel sería más suave e incluso mi olor sería genial. ¿Cuántas mujeres se habrán embarazado solo por ello? En mi transcurso hacia mi primera clase del día, geografía, descubrí alguna que otra mirada hacia mi persona. Eso no ocurría nunca, a menos que fuera por motivo de burla. No sufría de maltrato escolar, yo solita me metía en esos líos vergonzosos.

El profesor de geografía llegó unos minutos antes que la campana. En esta clase, tenía la suerte de compartir con Rafael y Niki, y la desgracia de sentarme con Adam.

-¿Cómo estás, Gwen? Te ves bien –preguntó.

-Bien –me limité a contestar. Eso de extender la charla con alguien que me había chantajeado, a pesar de haberse disculpado, no era una de mis prioridades.

-¡Alumnos! –Nos llamó la atención el profesor –. Ayer seguramente les entregaron el permiso para asistir a una charla. Denme las hojas en orden, yo los anoto y luego se van al estacionamiento para subirse a los buses.

No fue gran sorpresa que la mayoría le entregaran la autorización. Sería extraño que un adolescente con hormonas revolucionadas no tomara la oportunidad de hablar de sexo. Apostaba a que más de alguno terminaba con su pareja sexual en algún baño público apenas la charla alcanzara su fin.

-¡Vamos, Gwen! –Niki tironeó mi manga y no me soltó hasta que llegamos dentro del bus amarillo.

Le ofrecí a mi amiga a sentarse junto a la ventana, oportunidad que ella no desaprovechó, por supuesto que no. Y yo que pensaba que no dejaría a una embarazada a la deriva del pasillo.

Rafael se sentó detrás de Niki y Adam a su lado. Durante el corto viaje que se hizo de la escuela hasta unos kilómetros, que perfectamente se pudieron hacer caminando, Nicole nos compartió de golosinas que trajo a escondidas. Estaba absolutamente prohibido comer a estas horas, pero si nadie lo descubría, ¿Qué mal hacía? Mastiqué despacio una galleta con chispas de chocolate para que al triturarse no hiciera mucho ruido.

Entre los alumnos, distinguí a Stephen en el último asiento junto a sus amigos rebeldes. ¿Él? ¿Asistir? No lo hubiera creído posible. Me decidí por desviar la vista antes de que él se diera cuenta de que lo estuve observando.

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