Sábado 24, 4 semanas

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Nos quedamos dormidas a las cuatro de la mañana, cuando sentimos los primeros cantos de los pájaros. Fue el hermano de Niki que nos despertó a las nueve, cuando se le ocurrió poner música que hiciera temblar los vidrios. Mi amiga me explicó que sucedía cada vez que su madre se iba de compras o a hacer Pilates temprano.

Volví con los mareos matutinos, pero al menos no terminé en el baño rasgándome la garganta. Nicole me sirvió un desayuno con leche, frutas, más leche, cereales y aún más leche.

-Niki… esto es demasiado –exclamé, a pesar de que mi estómago gruñó.

Me miró con burla.

 -Come y deja de reclamar.

Connor, el hermano de Nicole, apareció cuando me estaba terminando la fruta.

-Oh… hola Gwen –se sorprendió al encontrarme ahí. Un sonrojo se expandió por toda su cara al darse cuenta de que traía unos bóxers y una camisa blanca –. Hola Nicole.

-Hola rarito –contestó Niki con burla –. ¿Por qué no te pones algo más?

-Déjalo, pesada –golpeé suavemente el hombro de mi amiga –. ¿Cómo estás Connor?

-Eh… hm… bien –desapareció directo a su cuarto.

Nicole me miró con la ceja alzada.

-Les das siempre falsas esperanzas, qué mala eres Gwendolyn.

Rodé mis ojos, comenzando a comer el cereal.

Me duche unos minutos después de las diez y media de la mañana. Niki me prestó unos jeans y una camiseta roja, que si a ella le quedaba grande, a mí se me veían hasta los hombros. La Sra. Reeve llamó a su hija diciéndole que yo ya tenía que irme antes de la hora del almuerzo.

-Ginecólogo –Nicole hizo una mueca incómoda –. Dile a tu madre que te pase a buscar.

-Vale –dije resignada. Marqué el número de mi mamá y esperé a que contestara.

-¿Aló?

-Mamá, ¿Me quieres pasar a buscar?

-Tu padre lo va a hacer… adiós –se escuchaba acelerada. Me pregunté el por qué.

-Adiós.

Ayudé a mi amiga a guardar la ropa limpia en las habitaciones pertenecientes, luego charlamos con Connor y comimos una tableta de chocolate escondida en lo más recóndito del armario de comida. El timbre sonó. Cogí mi bolso y me despedí de Niki y su hermano.

-Hola papá –lo saludé, pasando a su lado y caminando hacia su camioneta negra.

-Hola –respondió secamente, sentándose en el piloto y poniendo la llave en el contacto.

El recorrido a casa lo hicimos en silencio. Sentía que en algún lugar había una flecha que apuntaba directamente a mi estómago diciendo: “¡Miren, tiene dieciséis y va a tener un hijo!” Mis manos temblaban.

Llegamos y bajé de un salto. Mamá y Beth habían salido y Kate estaba encerrada en su habitación. Me dirigí a la mía para dejar mi bolso y luego donde mi hermana.

-¿Qué pasó? –Le pregunté al ver su rostro tan serio.

-Mamá le vio un tatuaje a Beth –masculló, echándose una capa de gloss rojo en los labios –. Sabe que es permanente, pero va a ir al médico de todos modos.

Hice una mueca. Mamá se negaba profundamente a cualquier accesorio a la piel, tanto como si fueran piercings o tatuajes.

-Pobre.

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