Semana del 7 al 13, once semanas

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Recibí mi paga el miércoles, luego de soportar tres horas vendiendo dulces y rodeada de maní confitado. Julia me la dio con una sonrisa enorme y juro que vi lágrimas sin derramar en sus ojos. Nos habíamos vuelto unas buenas amigas. Ella se había casado hace un año con un hombre tímido y de costumbres cristianas. Decía ser el amor de su vida y que si lo perdía, moriría. No le contesté nada. También me contó que tenía un pequeño niño de año y medio llamado Timothy y que si yo necesitaba más trabajo, podía buscar un día para contratarme como niñera.

Lo acepté encantada. En la escuela siempre me iba bien, no había por qué alardear de la realidad. Si estaba distraída y no entendía nada de una clase, en el examen simplemente la suerte que se hubo perdiendo durante todo este tiempo, apareciera por esa escasa hora y me sacaba un sobresaliente. ¿Estupendo, cierto? El único problema, es que si tenía tan altas calificaciones, mamá tenía altas expectativas.

Y ya había comenzado a poner a prueba mis dotes como fotógrafa, metiéndome en el club de fotografía de la escuela, los martes hasta las cuatro. Calzaba perfecto con mi horario, siendo que ahora tenía trabajo.

El jueves tuve mi primera sesión con una psicóloga que no quería. Mamá me llevó casi a rastras al coche y arrancó luego de asegurarse que todas las ventanas y puertas estuvieran firmemente cerradas. Llegamos al hospital en que mi padre trabajaba y tiró de mi bolso –sí, el de siempre –hasta el ascensor.

-¿Niki te dijo que fue al ginecólogo? –Preguntó casualmente mi madre.

Ugh. No puede pasar esto.

-¿Puede ser? –Mascullé. Las puertas del ascensor se abrieron en la penúltima planta.

-Planeo llevarte pronto. También al dentista y la nutricionista –continuó hablando hasta llegar a la sala de espera y colocarnos en la pequeña fila que se hacía para sacar pagar –. No creas que no me haya fijado que has subido un poco de peso, Gwen. Esas cosas se notan.

¿De verdad? Gemí mentalmente.

Mientras mi madre hacía todos los trámites, me dejé caer sobre una de las diferentes sillas negras de plástico repartidas por la recepción. Admitía que durante esta semana, los mareos fueron disminuyendo hasta tal punto de convertirse en soportables y no tener que ir corriendo al baño. En las clases lograba mantenerme despierta, pero el cansancio era mayor. No quería moverme y casi me largo a llorar frente a Niki cuando me obligó a ponerme un buzo y comenzar a trotar. ¡Estaba muriendo! ¡Otra vez!

Mamá dejó caer su cuerpo junto a mí y sonrió, como si eso pudiera aliviar la molestia que sentía dentro.

-Esto es por tu bien, Gwen –dijo con calma –. Te he visto rara estos días y sé que necesitas hablar. Tal vez un desconocido te ayude.

-Ugh –me hundí en mi propia miseria mientras esperaba a que me llamaran.

No entendía por qué mi madre tenía que ser tan drástica para pagar una consulta que poco me iba a ayudar. “Gwendolyn Jones, sala 8”.

-Nuestro turno –mamá tomó mi brazo y me levantó ella misma.

En la puerta de la consulta nos esperaba una mujer de aspecto mayor, con arrugas repartidas por toda su cara y lentes colgando en la punta de su nariz aguileña. Poseía unos ojos oscuros que contrastaban en su piel pálida y una sonrisa pintada de rojo tan cálida que llenó mi interior de… algo raro.

Nos invitó a pasar. Ella se sentó detrás de su escritorio y mi madre y yo en unas butacas de terciopelo rojo. ¿Tanto dinero existía en este lugar? Wow.

-Tú eres Gwendolyn Jones, ¿Cierto? –Inquirió la Dra. Parker, como decía la placa dorada sobre su escritorio.

-Sí.

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