Mi amor es real e imposible

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JOHN

John fingió estar bien cada que Linda iba de visita a su casa. Estaba decido a olvidarla.

Como cada mañana antes de salir, se miró en el espejo. Estaba impecable, se quitó una pelusa inexistente —miro a todos lados— y se lanzó un beso. Estaba listo para ir a trabajar.

Al salir, después de tantos días pudo ver a su vecina. La mujer parecía haber estado evitándolo todo este tiempo. Era raro extrañar su presencia.

La Sra. Ross estaba llorando, podía decirlo por el pañuelo en su mano y el maquillaje corrido. También se dio cuenta de que parecía no querer hacerlo alto, contenía sus sollozos lo más que podía.

Miro la puerta de su casa como si fuera una salvación, no quería lidiar con esa mujer ahora. Rindiéndose se acercó a paso lento, se vio obligado a preguntarle que le pasaba, todo por la mirada que le lanzo Dorotea desde la ventana.

Se aclaró la garganta tratando de llamar su atención. —¿Se encuentra bien? —utilizo el tono que normalmente usaba con sus clientes.

La Sra. Ross lo miro con sorpresa, intento levantarse, al hacerlo se enredó con sus ridículos tacones volviendo a caer sentada.

—¡Oh, lo siento! —exclamo—. No pretendía molestar, solo espero a que el cerrajero venga. No hare más ruido —termino por prometer.

Vaya, la mujer debía considerarlo un monstruo si pensaba que verla llorar le molestaba. Miro la ventana a su espalda, Dorotea le asentía confirmando que lo era.

Linda se había comportado muy mal con él, jugo con sus sentimientos. Pero... ¿acaso él no hizo lo mismo con esa pobre mujer?

—Disculpe...

—Está bien, no molestare, ya entendí que mi amor es real e imposible. Solo lloro porque el señor Pelusa está en la veterinaria, me dijeron que ya estaba demasiado viejo. ¡Mi pobre gato!

¿Pobre? Tenía como seis gatos más. Lo que hace el divorcio, se dijo. Volvió a mirar a la mujer, no era un adefesio, demasiado maquillaje, sí, pero... ¿Qué tan malo sería darle una oportunidad? No era una mala persona, eso ya lo confirmo, un poco patosa y melosa, cierto, pero no mala. Además a sus hijos parecía agradarle. A Dorotea más que nada.

Debía considerar que cocinaba demasiado bien y siempre estaba al pendiente de lo que necesitara. Bueno, si necesitaba espacio no se lo daría, trabajarían en ello. Con un poco de esfuerzo podría ser feliz a su lado.

Tener a una persona con quien hablar luego de sus largas jornadas de trabajo. Una cómplice cuando trate de avergonzar a sus hijos. Podía ver un futuro juntos.

—Mirna —utilizo su nombre por primera vez—, no puedo quedarme a hacerle compañía hasta que llegue el cerrajero tengo una junta.

La mujer pareció hundirse más en su asiento.

—Me gustaría compensárselo en una cena. ¿Mañana a las ocho?

Mirna lo miro consternada, una sonrisa empezó a crecer en su rostro. John se vio, de un momento a otro, envuelto en un abrazo de oso... o de la mujer de los gatos.

—Estaría tan feliz de aceptar.

—Bien —se acomodó su corbata una vez que se alejó—, entonces está arreglado, mañana por la noche. Será un placer.

Se despidió. Camino lo más formal que pudo hasta que llego a un arbusto donde pudo esconderse.

Estaba sudando.


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