El cerdito gordo...

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   JOHN

La foto de Linda le quemaba, recordarla le dolía a pesar de todo el tiempo que había pasado. La extrañaba. No importaba el daño que le hizo, no podía dejar de quererla. Ver a su loca vecina solo le hacía darse cuenta de solo que estaba.

Y hablando de la reina...

—¡Querido! —grito su vecina al tiempo que venía hacia él.

Simulando no haber escuchado ni haberla visto se giró para entrar. Mirna, quien tiempo atrás había insistido en que la llamara por su nombre de pila, fue lo suficientemente rápida como para plantarse delante de él.

—John querido —abrazo su brazo contra sí, John intento librarse sin éxito— ¿Cómo te encuentras? ¿Dormiste bien? ¿Quieres que te traiga algo? ¿Quieres que te compre sushi?

¡¿Sushi?! Esa mujer estaba loca y por su bien debía alejarse de ella.

—¡Quiero que vuelva a su casa!

Mirna hizo un puchero. —¿Cómo puedo cuidarte si estoy lejos?

—No necesito sus cuidados, Dorotea lo hace.

Como si hubiera sido invocada una voz se escuchó. —Jonathan, ya lave tus calcetines de rombo favoritos —se escuchó movimiento— deberías comprarte otro par este ya tiene agujeros en los dedos. Se va a asomar el señor cerdito gordo. Lo último lo dijo recordando cuando él era tan solo un niño.

John miro abochornado hacia adentro, luego miro a su vecina que lo miraba con ternura. —No es cierto. Bueno, sí, pero...

—No te preocupes, querido John, yo te los coseré —se alejó alegre de poder ayudarlo en algo.

John soltó el aire todavía con la misma sensación. Su vecina, aunque no lo supiera, le brindo unos minutos de distracción.

No podía seguir retrasando lo inevitable.

Hablar del regreso de Linda a sus hijos.

Dile, NO al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora